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Kale Borroka

Una detención por violencia callejera en Pamplona, en octubre de 2008.

Una detención por violencia callejera en Pamplona, en octubre de 2008. Efe

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La violencia ha vuelto con toda su intensidad, por parte de grupos perfectamente organizados y entrenados por personas con experiencia y con ganas de liarla parda.

Los años duros en los que Euskadi fue cada fin de semana, el infierno en el que se quemaban la frustraciones de la desesperanza de una trágica reconversión industrial que arruinó miles de familias que tuvieron que adaptarse a los nuevos tiempos, han vuelto a Cataluña, quemando de nuevo, sus frustraciones o incapacidades.


Nada es blanco o negro, y cada parte tiene sus razones y sus corrupciones que nos están llevando al desastre.


El mal atrae al mal y el bien atrae al bien que siempre vence en esta eterna lucha que va más allá de lo que cualquiera podamos imaginar.

El camino de la violencia es el camino del fracaso, la constatación de las incapacidades que se proyectan con sangre y fuego en un mundo en el que unos pocos, desde lo alto, utilizan a las masas que se enfrentan entre si, hacen suyos símbolos que son la capa del hechicero que se hace invisible, manejando a la muchedumbre en beneficio propio.


El dinero nos da alegrías y tristezas, logros y rotundos fracasos en todos los niveles individuales y colectivos, la vanidad nubla las mentes, hace que se enfrenten hermanos contra hermanos, al pueblo entre si, naciones, quedando todo arrasado y listo para renacer de nuevo sin aprender la lección, cayendo en lo mismos errores y así hasta la extinción.


En los conflictos, el acceso a las medicinas es casi imposible y millones de personas necesitadas de tratamientos, desde niños hasta ancianos, mueren injustamente.
El mal es un poder rápido y goloso, que ciega a quién lo posee, y, que lo hundirá en el abismo.

El Bien eleva a las mentes inteligentes, siendo el único camino verdadero, que hará avanzar más allá de lo que cualquiera pueda imaginar.