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Humanos contra sí mismos

Una zona quemada del Amazonas.

Una zona quemada del Amazonas. Reuters

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Humanos, esa raza supuestamente superior capaz de reproducirse, de colonizar la tierra y de destruir el entorno hasta convertirlo en algo radicalmente diferente y, por supuesto, mucho más insalubre.

Humanos, esos seres dotados de un don que parecen ser incapaces de gestionar con solvencia y sanidad: la razón. Un don que, dicho sea de paso, seguramente tengan desarrollado otros seres en consonancia con el entorno e infinitamente mejor gestionado.

Humanos, capaces de morir, matar y mover montañas por causas que otros inventan para su provecho. Inconscientes de su propia inconsciencia.

Como patología principal de planeta nos vamos a enfrentar a situaciones que solo parecemos ser capaces de ver a través del cine de ficción. La fórmula matemática de escasez de materias primas, alimentos y hasta de agua, (tiene bemoles en un planeta que tiene ¾ de agua), multiplicado por la superpoblación y superconsumismo del hombre, (y la mujer), van a dar un resultado que cada vez parece más evidente: caos, muerte y destrucción.

Dejando a un lado el pesimismo ya inevitable, vamos muy tarde para intentar usar nuestra razón y nuestra tan orgullosamente ensalzada tecnología para salvar aquello que sustenta la vida en el planeta. Cada año arden miles y miles de hectáreas de masa forestal, masa forestal que es el filtro a nuestra infinita capacidad de contaminar.

No hay que ser Séneca para saber que cuanto menos masa forestal, menos aire puro. Y resulta que, ¡oh divina providencia!, el aire no se puede comprar, o está o nos extinguimos. Que hayan ardido 12.000 hectáreas de paraje natural en Gran Canaria y media selva amazónica este en llamas nos debería hacer reflexionar, o tal vez proceder como lo haría cualquier otro virus: buscar otro lugar para destruir.

No tenemos remedio, no evolucionamos, somos incapaces de ver que nuestros actos comienzan a ser irreversibles. No me creo que hayamos sido capaces de construir aparatos capaces de dar la vuelta al mundo a velocidades supersónicas y seamos totalmente incapaces de idear como vivir en consonancia con la naturaleza.
Los pecados capitales que nos van a joder bien son la avaricia, la gula y el puro, (con t), egoísmo.

Y ahora la reflexión más tonta que se me ocurre: ¿y si a cada árbol consumido ponemos 5? Condenemos ejemplarmente a los culpables y convirtamos en vergeles las zonas que pretenden desertizar, fácil, ¿no?

Sinceramente, prefiero vivir en un árbol a dejarles a mis hijas un mar de asfalto insalubre, cuadrado y perfecto para llevar mascarillas.