Pretty black woman

Richard Gere en el Open Arms. Efe

Esta semana Richard Gere ha hecho lo que ya hubiera hecho cualquiera de nuestros actores patrios si también tuvieran yate y alguien fuera a prestarles atención. Pero ni una ni otra. Pena.

Ha ido a darse una vuelta por el Open Arms, básicamente a recordarnos a todos que a los 69 todavía tiene pelo y de paso llevar un piscolabis. Resucita el viejo debate: solidaridad o márketing.

En este caso no entiendo la polémica. Quiero decir, para llegar a la conclusión de que se trata de lo segundo vale con echarle un ojo atento a las imágenes que han acompañado la noticia en todos los telediarios.

Secuencia uno: Gere, ajeno, diciéndole a un voluntario que le haga una foto con el niño que tenía más a mano –a estas alturas–.

Secuencia dos: Gere en medio de una cadena humana, movilizando sacos de comida inmerso en una nube de fotógrafos. Saco va. Disparo de flashes, boca abierta, que las carillas nuevas han costado una pasta. Saco viene.

Secuencia tres (mi favorita): el actor reúne un grupo de los inmigrantes del barco para lanzar su mensaje a los medios. No recuerdo lo que dice, pero recuerdo que era lo mismo que siempre dicen. No es esa la miga de la historia. La miga es la tropa de la que se rodea para el discurso. Un puñado de hombres rondando los 30, de rasgos duros, mandíbulas apretadas, con la mirada fija en la cámara como si pudieras darles el reloj y la cartera a través del televisor. Richard sobrevalora su potencial si piensa que con su encanto basta para convencer a una Europa tan harta de estas idas y venidas para acoger a gente así. Había mujeres, había niños, había hombres diferentes en la embarcación. Por algún motivo, alguien decidió que la mejor idea era hacer la campaña con los que te hacen revisar en internet si era Richard Gere el protagonista de la peli Capitán Phillips –como promo de una secuela sería brillante– solo para descubrir que era Tom Hanks y que esto no es un simulacro.

Algunos dirían que un puñado de imágenes poco afortunadas no son suficientes para saltar a conclusiones tan cínicas. Estoy de acuerdo. Por eso, además del vídeo en sí, creo que es importante hacerse la pregunta cuya respuesta resuelve el debate. ¿Qué ha dado Richard Gere que realmente le suponga algo? Vamos a tomarnos un momento para reflexionarlo.

Tic. Tac. Tic. Tac. ¿Nada? Vaya.

Richard Gere no ha ido al Open Arms porque la gente que cruza el Mediterráneo le quite el sueño. Ha ido por un contrato publicitario de mutua conveniencia mediante el cual la ¿ONG? obtenía la visibilidad que necesita para ejercer presión y el actor el papel protagonista en una impagable historia de blanqueo mediático. Él, a lomos de su blanco corcel en forma de yate, repartiendo comida –lo único que ha desembolsado, si es que ha sido él– entre la muchedumbre hambrienta. Sujetando manos, reconfortando hombros. Y lo más importante, siendo visto mientras lo hace. La princesa Diana sobre la percha del hombre que rescató a la Novia de América de hacer las calles en una peli de los 90. Madre mía, que me muero.

Luego ha vuelto a subirse a su barco y gintonic en mano, ha puesto rumbo a los Hamptons mientras tararea "despacito, suave, suavecito". Lo de acoger, mejor otro.

A este lado del Mediterráneo, de niños nuestros padres nos advertían sobre tipos que aparecen en la puerta de los colegios ofertando drogas, tipos que te asaltan en el parque ofreciendo caramelos, tipos que cruzan la calle diciendo que son amigos de tus padres para que no tengas miedo. Porque el objetivo es siempre el mismo: llevarte a la furgoneta. Después, quién sabe. Estoy seguro de que la misma advertencia la hacen padres del otro lado del Mediterráneo sobre las niñas blancas que vienen de viaje con un móvil en la mano y un buen puñado de seguidores en Instagram. Todos reconocemos el cuadro: niños negros con cara de no saber qué está pasando ahí, apretados fuertemente contra una bloguera de sonrisa y ojos desorbitados cualquiera, envueltos en un abrazo inexorable. Pie de foto: “Felices con tan poco.” Reflexivas. Ellas son “el tipo que” en África. Ahora también debería serlo Richard Gere.

Estoy bastante convencido de que buena parte de los grandes problemas del mundo se basa en la impunidad de la hipocresía. Hemos construido una sociedad en la que alguien –también personas de enorme influencia– puede decir en público cosas agresivamente incongruentes con su comportamiento sin que nadie grite que el rey está desnudo. De esa brecha nace la idea de que tanto da ayudar como fingir que se ayuda. Yo creo que lo correcto es decirle a los hipócritas que lo son. No permitirles ponerse una medalla que no han sufrido mientras ejercen presión sobre decisiones que les trascienden y nos repercuten a todos. Para ellos el festín, para nosotros la cuenta. No.

Por eso, levántate de la cama y haz tu buena acción del día. Que no se rían de la fiesta a tu costa. Avergüenza a un hipócrita en público hoy.