Cerrojo, cerco y censura a la cultura

Encuentro entre Donald Tusk y Viktor Orban, Primer Ministro de Hungría. Reuters

Los modernos regímenes autoritarios de la Unión Europea, sustentados por partidos nacionalistas, tras conquistar y tender a perpetuarse en el poder, tras acaparar los nuevos modos de producción, los medios de comunicación, y la llave del gasto social, dirigen sus baterías al último reducto de libertad que queda en los países, la cultura, para cerrar el círculo del control total que les caracteriza.

La guerra por la cultura comenzó en la Hungría de Viktor Orbán con el ataque y éxito obtenido ante las dos principales instituciones promovidas por el filántropo George Soros en el país, “la Open Society”, que desde hace un año logró expulsar y hoy tiene su cuartel central europeo en Berlín, y la Universidad Central Europea (CEU) que ya se ha trasladado a Viena.

Tras arrojar al exterior estas instituciones, consideradas una injerencia interna, ha dirigido su atención al control de los diferentes ámbitos donde puede prosperar el libre pensamiento y la ilustración, a saber: la universidad, la Academia de Ciencias, el teatro o el “Instituto del 56”, por citar los principales espacios de libertad de cátedra o difusión de ideas alternativas.

Las universidades públicas pudieron ser pronto controladas a través del nombramiento de un gestor que controla todos sus fondos y su pensamiento ideológico. La Academia de Ciencias, a través de la censura aplicada a esta institución, ha desechado tanto la investigación básica como los estudios de género y el único tipo de investigación hoy permitido es el de innovación. El objetivo es “gobernalizar” la ciencia, pese a que sus científicos y gestores mantienen aún hoy un pulso potente contra el gobierno.

El modo de descabezar al teatro experimental y alternativo ha seguido la estrategia, a semejanza de la universidad, de controlar sus fuentes de financiación. En Hungría, hasta ahora existía una Ley que posibilitaba que las empresas pagaran una parte de sus tasas a través de donaciones al teatro o al deporte (se priorizaba el fútbol, esgrima, waterpolo, balonmano y natación), y a las corporaciones que así lo hacían recibían una serie de beneficios. Pues bien, desde este año se ha prohibido financiar al teatro sólo se puede financiar al deporte, y especialmente al fútbol.

El “Instituto del 56” fue creado para estudiar y difundir la verdad sobre el proceso y ejecución a que se sometió a Imre Nagy, presidente del país que dirigió la que se ha considerado como la última revolución socialista de Europa, que en este caso pretendía conseguir un sistema socialista dentro de algunas de las reglas clásicas de la democracia, intento de revolución que fue aplastado en el año 1956 por los tanques rusos. Ahora se le quita su autonomía y financiación, con ánimo de silenciarse.

En paralelo se ha asistido al traslado del monumento conmemorativo ubicado entre la plaza Kossuth y el Parlamento desplazando su estatua a un lugar secundario para que no goce de tanta visibilidad, pese a las protestas de su nieta Katalin Jánosi y de la Casa Memorial.

Hay que recordar que en el año 1989 se descubrió su tumba y volvió a ser enterrado dignamente, constituyendo esta ceremonia una de los hechos más significativos y emblemáticos del cambio de régimen húngaro y que tuvo mayor apoyo popular.

Simbólicamente como han manifestado algunos analistas se quiere hacer “añicos el pasado” (de la Internacional), abolirlo, expropiarlo, negarlo y reescribirlo, y este hecho se enmarca dentro de una estrategia ideológica y política del actual régimen autoritario por escribir el nuevo discurso sobre la historia de Hungría y una alusión al pretendido anticomunismo de Orbán.

Todo lo que es simbólico es analizado y cambiado para apoyar la tendencia nacionalista del gobierno. Ya se eliminó también en su día la estatua del conde Mihály Károlyi, primer ministro y jefe del Estado en 1918 y 1919, al que se acusó de traidor y responsable del Tratado de Trianon, en que Hungría perdió dos tercios de su territorio, pese a que dimitió para no firmarlo.

La tragedia hoy es que tras la caída del régimen del socialismo real, Hungría ha tenido una oportunidad histórica pues, por fin no dependía ni de los rusos ni de los alemanes, y podía ser libre, y ha desaprovechado esta oportunidad histórica decantándose histéricamente el primer ministro Orbán por un sistema nacionalista, iliberal, autoritario y antidemocrático. Ojalá su fracasada influencia en la Unión Europea sirva como arenga y guía al pueblo húngaro para empezar a fraguar, en la ciudadanía, las posibilidades políticas de promover el cambio.