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Orgullo ¿democrático?

Imagen de uno de los autobuses de Ciudadanos tras el ataque

Imagen de uno de los autobuses de Ciudadanos tras el ataque Arran

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Desde que tengo conciencia cívica, recuerdo haber sentido simpatía hacia aquellos pioneros que, enfrentando todo tipo de oprobios e incomprensiones, se decidían a salir del armario y exponer públicamente sus sentimientos y pulsiones más íntimas con gallardía. Esta simpatía derivó, con el correr del tiempo, en admiración y gratitud hacia el movimiento gay. En cierta manera, sus activistas estuvieron, y lo siguen estando, a la cabeza en la defensa de las libertades. No soy homosexual ni me adhiero a ninguna de las otras denominaciones con las que se conoce al colectivo LGTBI . No obstante, su defensa por la libertad individual y su esfuerzo para que cada quien pueda vivir la sexualidad según sus preferencias me parece encomiable y un signo inequívoco del triunfo de una sociedad abierta sobre quienes tratan de imponer a los demás cómo hay que vivir y sentir.

Lástima que, con el paso de los años, una celebración tan emotiva y evocadora como el día del Orgullo en Madrid, se esté convirtiendo en signo de exclusión. Es otro síntoma, uno más, del sectarismo que, a decir de algunos, nos impulsa a los españoles a matarnos entre nosotros cada cien años.

El grupo de Ciudadanos que fue agredido el pasado domingo en el Orgullo representa a cuatro millones de votantes. En su programa no hay una sola coma que ponga en cuestión los derechos individuales y civiles de las personas, sino todo lo contrario. Se podría decir en justicia que es un partido que va por delante que el resto en cuanto a defensa de las libertades individuales se refiere. 

Por su parte Vox, rancio para algunos pero democrático, todavía no ha hecho deméritos suficientes. Es verdad que de sus filas salen comentarios homófobos reprobables (no más, eso sí, que los de la actual ministra de Justicia en funciones) o que su posición sobre el matrimonio homosexual o sobre la misma celebración del Orgullo son diferentes a las que tenemos la mayor parte de la sociedad. En cualquier caso, no cabe hablar hasta el momento de ningún recorte de derechos efectivo. Solo si, con el correr del tiempo, los encontramos en su haber, cabría equipararlos con Bildu o con las formaciones políticas que en Cataluña impiden a la gente hablar en su idioma materno. 

Mandar al armario a tantos millones de votantes por una interpretación política más que discutible es poner en cuestión algunas de las cosas más importantes que ha conseguido el movimiento gay en todos estos años.

Algunas personas, votemos a quien votemos, dejamos de sentirnos representados no ya por quienes protagonizaron el escrache, es obvio que solo se representan a si mismos, si no por quienes lo han justificado a posteriori alegando las consecuencias políticas de una supuesta negociación post electoral amparada por nuestra Constitución y nuestro marco de libertades.

La defensa de las diversas identidades, seña inequívoca de la democracia, se ha convertido nuestro país en un arma arrojadiza y sectaria en manos de grupos de poder político y mediático que, en realidad, muestran un talante autoritario y poco respetuoso de las urnas. No sé si es demasiado tarde para exigir que no sean subvencionables aquellas actividades que no integran a quienes piensan diferente de sus organizadores. En todo caso, con o sin subvención, alguien debería de prestarle atención a una celebración del Orgullo Democrático donde todos, salvo los violentos, nos sintamos representados sin necesidad de más cordones sanitarios.