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El escondido esfuerzo que esparce la esperanza

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En medio de la nada moran los olvidados, aquellos que carecen de interés para políticos y empresarios, allí donde no llega el turismo y los jóvenes cuando emigran a la ciudad en busca de futuro, sólo vuelven, de tarde en tarde, para visitar a los familiares que quedan rezagados.

En medio de la nada moran los olvidados, pueblos y pequeñas ciudades condenadas a medio y largo plazo a la desaparición, como muchos pueblos españoles, pues carecen de función en un mundo globalizado que ha arrasado con sus principales fuentes de producción. Contemplemos como ejemplo el caso de Mézötúr en Hungría.

Mezőtúr es una pequeña ciudad de dieciséis mil habitantes en medio de la gran llanura húngara, cercana a la ciudad de Szolnok. La primeros documentos escritos sobre la ciudad sitúan su creación en el año 1205. A partir de siglo XIV ganó importancia por encontrarse en la ruta más rápida entre Buda y Transilvania y ser el único camino, que en el invierno no se annegaba por las lluvias.

En 1378 recibió el rango de Ciudad Foral, que le otorgaba el derecho a tener ferias, estar exenta del pago de aduanas y poder recabar sus propios impuestos. Las ferias fueron muy importantes en el siglo XV y durante la ocupación turca, y destacaban la calidad de sus manualidades, en zapatería, utensilios de barro para el hogar y trabajo de pieles y prendas para cubrirse del frío. 

En esta época era un centro cultural  importante y pronto se adhirió a la Reforma protestante calvinista que llego a ser, tras Débrecen, la principal ciudad reformada en enviar alumnos a la universidad protestante.

En el siglo XIX quedó fuera del desarrollo industrial, que con la diseminación de sus productos baratos hirieron de muerte a la artesanía tradicional, y la industria local quedó reducida a un par de molinos, una fábrica de ladrillos y otra de alfombras. La población era entonces de veinticinco mil personas.. 

Con el socialismo real llegó la organización de las cooperativas agrícolas y emergió, con la sustracción de las propiedades, un exceso de mano de obra que en los años cincuenta del siglo XX que se vio obligada a abandonar la ciudad, población que nunca se ha vuelto a recuperar.

La tierra, incautada por el Estado, anuló el campesinado y sus conocimientos, y tras el  fracaso del socialismo real, se asistió a un simulacro trilero de devolución parcial de propiedades a los antiguos propietarios que por arte de la manipulación política, quedaron, de nuevo, en las oscuras manos de los jerarcas comunistas de la nomenclatura local que componen, como en otros sectores, la base del  nueva clase capitalista, a semejanza de Rusia, en Hungría.

Tras el cambio político, las escasas fábricas locales de alfombras, alfarería y ladrillo existentes cerraron y los trabajadores fueron, de un día a otro al paro, lo que produjo una nueva sangría demográfica, dado que muchas familias, para sobrevivir, se vieron obligadas a trasladarse a otras ciudades.

Hoy sus principales actividades son la feria y el arte y cada verano el municipio organiza talleres de pintores, artistas, alfareros y música folclórica. La ciudad tiene como identidad musical la cítara, hay tres grupos activos; así como una orquesta de jóvenes de instrumentos de viento y tienen también una gran tradición de cultura de coros de voces mixtas, que data desde 1873. Hay su museo de la alfarería guarda las piezas de Balázs Badár, uno de los maestros del barro más importante del país.

El motivo de traer hoy a colación a Mezötúr, no es el recordar su historia y pasado esplendor, sino el de poner de manifiesto su lucha de resistencia en su ya iniciada etapa del proceso de desaparición.

Mezőtúr, ya con una población añosa, se ha agarrado al único clavo ardiente que le queda, la cultura, para dar y llenar de sentido la vida de cada día de sus moradores, que con una consciencia de compromiso espartana, se implican en las diferentes actividades culturales, que venidas de la tradición, intentan preservar, con una disposición de ánimo, que les lleva a morir con las botas puestas.

En una población que soporta la dureza del invierno con estoicismo, raro es el fin de semana que no hay una actividad que congrega a la población, en torno a la cultura y la belleza, bien sea la inaguración de una exposición en la antigua sinagoga, recuperada como museo de pintura y escultura, recuerdo vivo de la hoy extinta presencia que tuvieron los judíos, bien un concurso de coros o de cítaras, a veces con presencia de grupos  internacionales. 

Gracias a esta comunión en torno a las artes plásticas y la música, mayores, familias y menores crean una cohesión de grupo y de comunidad que soporta con alegría los reveses de la vida y de unas circunstancias políticas y económicas poco propicias, y en su silencio sonoro y en medio de la nada son capaces, con su escondido esfuerzo, de esparcir la esperanza.