Las asociaciones, pingüe negocio

Como se dice cuando uno no quiere tener problemas por posibles malas interpretaciones: “Todo lo que se expresa no va contra ninguna persona en concreto sino contra el sistema, contra el aprovechamiento, contra la inoperatividad, contra los intereses”.

Dicho esto, sólo queda exponer que, en muchos casos, determinadas asociaciones son un “formato de vida”, un “modus operandi subjetivo”, un “reglaje interesado de las subvenciones", un “espejo reflectante de promesas”...

Conocedores del funcionamiento de las Administraciones, por estudio o por enchufe, cualquiera puede crear una asociación con un socio fundados y alguno más. Hacer destacar un objetivo social interesante. Buzonear alguna información. Crear una dirección electrónica. Contratar un personal por horas. Buscar las posibles ayudas y subvenciones. Inventar proyectos. Y a vivir. ¡Los fundadores, administrativos!

¡Qué mala suerte! Los socios y consumidores “no catan ni una”.

Las asociaciones, para sobrevivir, nunca se enfrentan con los Estamentos Administrativos de cualquier índole, siempre “parecen, parecen, prometen...”, y la culpa, lógicamente, las circunstancias. ¡Nunca la administración!

Si, de verdad, funcionasen las asociaciones, cualquier abuso, de los muchos que existen en la sociedad actual, se solucionaría inmediatamente, ¿Por qué? Porque una asociación es capaz de paralizar una situación cualquiera.

Cuando una Asociación dice ¡basta! Un eslogan, sin violencia, atasca la movilidad... controla los abusos. Hace pensar a los políticos.

Para todo ello, una asociación debería ser honrada y con la fortaleza de la “unanimidad de los socios” redirigir las actuaciones abusivas de los entes que  controlan todos los hilos de una sociedad. (Incluso, cuidado, las ayudas al silencio de las propias asociaciones).

La realidad, sin embargo, es otra: la inacción, el aprovechamiento de los interesados fundadores... y, de vez en cuando, dejar caer las migajas para serenar a los socios.

¡Cuánto dinero fluye por las alcantarillas que decimos sociales! ¡Cuánta mentira!