Vencedores o vencidos

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en un acto en Pamplona. Efe

La segunda década del siglo XXI en España comenzó un 20 de Noviembre de 2011 y acabó un 28 de Abril del 2019. Como todos los buenos finales, tuvo un epílogo de apenas un mes, donde se explica el final de un novelón decadente de entierro esperpéntico en mayo.

Ambos límites, tienen un mismo sepulcro de cartón piedra: el número 13 de la calle Génova de Madrid. Aquel 20-N la gente celebraba, sin saberlo, la última mayoría absoluta de la democracia, ignorando del mismo modo, el simbolismo de una fecha que remitía a un siglo ya pasado. La alegría no podría estar más justificada: casi 11 millones de españoles (10,866,566 para ser preciso) daban un grito de libertad y esperanza ante la degradación y la ruina que José Luis Rodríguez Zapatero había ocasionado al país tras el gobierno del 11-M.

Mariano Rajoy era el depositario del legado tan esperado desde hace años. Muchas y malas cosas sucedieron desde esa victoria hasta una Génova se quedó vacía una noche de abril 8 años después donde no había ni rastro de algún representante de los 11 millones. Sólo quedaban apenas 4 (4,295,529 para ser preciso) que, en mal perder, están todavía ocupados en reñir por todo el Estado a gente que no piensa como ellos. En una década perdida y para olvidar, se habían perdido más de 6 millones, número mítico de holocausto que nunca iban a volver.

Hace falta contar estas historias en días como hoy para poner en contexto la situación de un país de risa floja y frase hecha de “politólogos” que analizan igual que como viven: al día y sin perspectiva. Nuestra democracia siempre ha sido risueña y surrealista en esto de análisis y celebraciones. Empezamos con las famosas celebraciones globales, ¿se acuerdan? Cuando todos los representantes políticos estaban como pánfilos saltando de gozo ante cualquier resultado por lamentable que sea. En esto hemos mejorado un poquito. Nos hemos vuelto más sutiles en victorias y derrotas porque sin duda el ganador de estas dos rondas ha sido, de calle, el PSOE del doctor Sánchez. Sujeto que, si bien no es doctor, sí es listo, resistente, audaz y con la flexibilidad que le da no agarrarse a principio alguno

Sánchez ha ganado toda una época desde las ruinas del mayor bluff de la democracia: Podemos, el jueguecito de tronos que unos tíos listos han hecho para su divertimento y desguace para mayor gloria de Bonny and Clyde. Estos han perdido radicalmente, sí, después de haber cambiado las reglas del juego, acabando con el bipartidismo y sacrificando el carnaval de los “alcaldes del cambio”, jeje. La Victoria del PSOE no es completa: aunque tiene el país tatuado en rojo, las taifas apenas aparecen pintadas de carmín. Saben que no van a poder porque los vencedores de la otra orilla no son más que Ciudadanos y Vox. Incontestables cuerdas victoriosas donde el cadáver Popular se asienta con un trono tipo Juanma Moreno. Sin embargo y para nuestro asombro, les da por celebrar el otro día una “doble gloria”: las posibilidades de  gobernar en Madrid con la ayuda de dos partidos o, para los mal pensados, un desastre gallego que da vida a la nueva dirección. Ambas, celebraciones esperpénticas que viene a ser como si el Madrid le da por celebrar el antiguo trofeo “Teresa Herrera”.

En fin, ya sé que en un país sin conciencia histórica y este tipo de reflexión fastidia un poco a los cortoplacistas de eslogan y desplante, pero es lo que hay. La vida es una película empezada antes de nuestro nacimiento de la que no veremos el final. Pero por lo menos intentemos saber de qué va y si celebramos, que sea por algo.