El periodista

El rey Juan Carlos I. Efe

De tanto habitar la oficina vana,

le gusta, todo el tiempo que requiera,

alabar sus herméticas ventanas

y llevar sus cerrojos hacia afuera.

Como ignora que es ser republicano,

le cuelga al Rey y a la Reina San Benitos,

satisface así el morbo de los amos

y se jacta de ser el favorito.

Para el torno de salidas y entradas

es puntual, ovejuno y tan pastueño

que incorrecta será cualquier mirada

lejos de su mecánico gobierno.

De la consigna vive y de la rancia

levadura ensalzada de un partido,

fecunda siente toda redundancia,

estéril el rigor breve y preciso.

Es sombra de las órdenes ambiguas

que en su mente son claras y distintas,

las clona con su semen de semillas

imposibles. Feraces en la tinta.

¿Quién podrá huir de la tosca transparencia,

de su neutro y feroz metabolismo

emprendedor de toda impertinencia

sonámbula, en medio del Sol mismo?

Tal vez una farándula seremos

atados a sus viles marionetas,

al guiñol de un periódico vocero

fatuo, cretino, vulgar letra a letra.