A veces la vida te hace consciente de lo frágil que es el equilibrio que crees tener garantizado. Un hecho, o varios, pueden provocar un derribo descontrolado del castillo de naipes que llevabas años, hasta lustros construyendo.
Sin culpables tu travesía vira en seco. El rumbo que creías trazado y guiado por raíles se difumina y te lleva a navegar a la deriva con varias vías de agua en el casco destrozado de tu vida.
Y es en ese momento en el que, fiel a la sabiduría de las frases de azucarillo de café, sabes quiénes están y, sobre todo, quiénes no. Por desgracia son mucho más los que desaparecen que los que se prestan a estar. Y digo estar, porque tampoco es necesario mucho más.
Pues ya en el agua, temblando de frío y mirando a la profundidad del océano para dejar de nadar, aparece el de siempre, el que no tiene porqué estar ahí, pero está. No me siento especial por recibir ese salvavidas, pues no me cabe duda que lo haría por cualquiera que se ganara su respeto, me siento especial por haber conocido a este gran tipo.
Francisco, Paco, Curro, llámale como quieras, estará. Te da lo que tiene, y es capaz de conseguirte lo que no tiene si detecta que lo necesitas.
Pura coherencia, inflexible con su forma de pensar, en su ideología, en su sevillanía, en su forma única de vivir. Se que va a ser crítico con cualquier cosa que no le guste. Previsible, auténtico, más español que la ñ, sevillista, buen tipo, gracioso y mejor compañero. Es alguien al que confié y confiaría mil veces mi vida.
Un salvavidas que aparece de la nada cuando ya miras abajo, y van dos veces. Está cuando te va bien, y se queda cuando no. Un amigo, un hermano, alguien que merece todo esto y mucho más.
Gracias compañero, gracias hermano.