Dolor y gloria

Almodóvar estrena Dolor y Gloria. Nico Bustos

No me encuentro entre los seguidores incondicionales de Pedro Almodóvar que santifican cualquiera de sus películas, pero aun más lejos estoy de aquellos, no pocos, detractores que sistemáticamente lo minusvaloran y lo rechazan, tanto por motivos artísticos como por el sustrato ideológico de su persona.

Yo personalmente, habiéndome gustado algunas de sus películas y no empatizando lo más mínimo con otras, debo afirmar que desde un punto vista cinéfilo, Almodóvar es uno de los autores contemporáneos imprescindibles del cine mundial y, junto a Luis Buñuel, por trascendencia, presencia internacional y singularidad cinematográfica, el cineasta español más importante de todos los tiempos. Sirva esto de introducción, ya que más allá de la opinión que se pueda tener de su cine, o en este caso de su última película, nos encontramos ante un personaje mayúsculo de nuestra cultura, que siempre debe generar nuestro interés y curiosidad. 

Atendiendo a su último trabajo, creo que dentro de la magnitud de su carrera, “Dolor y Gloria” es una de sus cimas, dudando incluso de si quizás pueda tratarse de la más alta. A diferencia de otros films magistrales de su filmografía, y estoy pensando en “Todo sobre mi madre” o “Hable con ella”, aquí alcanza las más altas cotas de emoción sin necesidad de acudir a artificio alguno o al melodrama extremo. Lo hace desde una austeridad estética y argumental, articuladas con contención e intimismo, y que da carácter a un film crepuscular que hace inventario de los recuerdos del personaje de un cineasta, que indisimuladamente es el propio Almodóvar, que transmite verdad por todos sus poros. 

Aquí hay que detenerse en el otro gran pilar de esta obra, que es la interpretación que Antonio Banderas hace del director. En una época en que está de moda exaltar las dotes imitativas o que directamente clonan a personajes reales (Freddie Mercury, Churchill, Dick Cheney, etc., etc.), Banderas opta por componer un personaje al que a pesar de su cercanía, no busca imitar en el gesto o la caracterización, sino mostrarnos su alma, con una interpretación donde la contención, el susurro y un sentimiento de paz y evocación, inundan a un personaje en un momento vital donde lo lejano se vuelve presente y el recuerdo le alimenta el futuro.

Almodóvar ha concebido un retrato crepuscular de su propia existencia, el retrato de alguien que parece haber alcanzado la paz consigo mismo, y que en cierta manera intenta agarrarse a un pasado que le sirva de impulso al futuro que le queda, desde la serenidad de asumir que quizás lo mejor ya ha ocurrido y lo peor está por venir. El riesgo y la provocación como forma de expresarse en el pasado, han dado paso al miedo y la incertidumbre, la enfermedad y el sufrimiento, que refleja hacia sí mismo y que también proyecta hacia la idea de cine que se diluye entendido como espectáculo colectivo y agitador.

Un film sereno, contenido, que avanza empujado por unos evanescentes flashbacks llenos de luminosidad y evocación, y que en su parte final alcanza unos momentos de emoción y sensibilidad, donde la ensoñación, la música, el recuerdo y la nostalgia inundan a un personaje con un pasado lleno de gloria, que ahora debe fajarse en el dolor, desde la serena aceptación de que hay cosas que ya no volverán, pero que al mismo tiempo han construido una personalidad única que aun tiene mucho por hacer.