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TitiriEspaña

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Leyendo “La maestra de títeres” de Carmen Posadas, magnífico retrato de esa España nuestra de los últimos 70 años a través de una vida Preysler-like, me he encontrado disfrutando recuerdos infantiles propios y escuchados en medio de un mundo en transformación que creíamos siempre para mejor. Esa España un tanto pueblerina, encerrada en sí misma, feliz por mandato del Generalísimo y su empeño de ser como esa “sonrisa de aluminio” de Beatriz/Isabel que todo lo asume, acoge, acepta y oculta bajo el paraguas de “lo que no se ve no existe”. Esa España cerrando heridas con glorias nacionales pasadas y embalses de aquel presente, donde mis padres y su generación trabajaron para dar a sus hijos no solo más cosas que las que tuvieron ellos, también más tiempo juntos y más cariño.

Esa España que forma parte de la mirada de todos los que nacimos y crecimos antes del 75 y que nos llevó a vivir la transición con la ilusión del adolescente que sueña con dejar de contemplar la vida, para pasar a vivirla. Porque detrás de ese mundo feliz propio de los estados totalitarios que funcionan económicamente, había demasiadas ideas ocultadas, demasiado control sobre la moral de las personas, demasiadas lágrimas maquilladas, y como en la canción queríamos “libertad, libertad sin ira”.

Y la ilusión adolescente construyó una Constitución que nos deslumbró, nos conquistó y hemos vivido años de idilio, con sus más y sus menos, como cualquier pareja que pierde pasión y gana “conllevanza”. Pero durante todo ese tiempo nos sentíamos dueños de nuestro destino como país, creíamos que habíamos pasado de ser los títeres sonrientes de un dictador a ser los que manejábamos los hilos, sin ser conscientes de que los hilos que nos manejaban ahora eran más sutiles, pasaban desapercibidos, eran una “Lita” silenciosa y con mucho poder. Nada sabíamos, o queríamos saber, de que por las alcantarillas propias y vecinas no solo discurrían las ya muy controladas ratas de ETA, sino también otras dispuestas a cambiar la función, a destruir nuestras manos para que fueran otros los que movieran los hilos de nuestras ilusiones y trocarlas en desesperanza y odios recuperados.

Han pasado 15 años desde el 11M, mi hija era un bebé que llevaba aquel día a la guardería, hoy es una mujer que mira el mundo con ideas propias, y quiere su vida, que nadie le imponga nada, que pueda llegar donde su inteligencia y esfuerzo le permitan. 

Por todo esto son tan importantes las próximas elecciones, porque sin nuestras ganas de volver a tener España en nuestras manos nuestros hijos no podrán ser dueños de su destino, porque quizá todos los partidos tengan su propio maestro de títeres dominando a sus líderes, a sus afiliados, a la prensa, pero por nuestros genes siguen presentes las herencias que nos hacen individualistas y solidarios a partes iguales, Quijotes y Sanchos que no pueden dejar de discutir ni cuando están de acuerdo.

Y si votamos, estamos poniendo nuestras manos para manejar esta titiriespaña y solo así anular cualquier otra mano que quiera mutar nuestras esencias por una globalización sionista, masónica, islamista, marxista, fascista o chinocomunista. Porque si algo debimos aprender de sufrir el franquismo es que lo importante no es cuánto de grande es la sonrisa del títere, sino si somos el muñeco, el hilo o su voz.