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El choque entre Vox y Ciudadanos

Juan Marín (Cs) y Francisco Serrano (Vox) en una Junta de Portavoces en el Parlamento de Andalucía.

Juan Marín (Cs) y Francisco Serrano (Vox) en una Junta de Portavoces en el Parlamento de Andalucía.

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Después de la sorpresa que supuso el ascenso de Vox en las pasadas elecciones andaluzas, ha vuelto a sorprender la negativa de Ciudadanos a pactar con el nuevo partido ascendente. La disculpa para ello fue considerarlo un partido anticonstitucional y de extrema derecha. Lo primero es evidentemente falso, pues Vox se ha caracterizado valientemente por denunciar el golpismo secesionista catalán que actuaba contra la Constitución, provocando la intervención de la Justicia, la cual arrestó preventivamente, y a la espera de juicio, a algunos de los responsables de la intentona, ya que el Gobierno débil de Rajoy no actuó a tiempo para detener al principal responsable, hoy vergonzosamente acogido por el Gobierno belga.

El propio Ciudadanos está por su parte amparando medidas dudosamente constitucionales, como las Leyes de Género que nos criminalizan a todos los hombres y otras que afectan a las imposiciones de los más radicales colectivos LGTBI. Por ello mismo debería mirarse a sí mismo antes de acusar gravemente de partido anticonstitucional a Vox. Pues la Constitución, aunque haya sido incumplida de forma torticera en las últimas décadas, tanto por PSOE y PP como por sus socios nacionalistas catalanes y vascos, parece haber llegado la hora, ante la imposibilidad de acuerdo mayoritario para cambiarla en cuestiones esenciales que afecten a su naturaleza, de defenderla para evitar la desintegración de España como nación política frenando el nuevo Frente Popular promovido por socialistas y secesionistas. 

La única propuesta que podría ser inconstitucional de Voz sería la supresión por decreto gubernamental de las Autonomías. Pero Vox lo que está pidiendo, hasta ahora, es la recentralización de competencias como la Educación o la Sanidad y otras, dado el mal uso que se hizo de ellas con la colaboración interesada de todos los gobiernos hasta la fecha. Y eso es perfectamente constitucional ya que las Autonomías no son soberanas y lo mismo que el Gobierno central les cede competencias se las puede suspender o incluso retirar cuando su mal uso lo requiera.

Por supuesto que la Constitución es interpretable, pero dados los nefastos errores cometidos por los gobiernos de la época posterior a Suárez, no vendría mal volver a los orígenes de su aprobación y corregir graves errores como los que se cometieron con el excesivo traspaso de competencias e incluso o con la limitación excesivamente partidista en la elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial, causa manifiesta en tantos casos del aumento escandaloso de la corrupción económica y política.

En relación a la acusación a Vox de partido de extrema derecha, en nombre del liberalismo democrático, creemos que habría que plantear una discusión sobre lo que se debe entender hoy por liberalismo y democracia, lo cual parece algo dado por supuesto entre los dirigentes actuales de Ciudadanos, donde observamos una preocupante ausencia de pensamiento filosófico. Ya Descartes consideraba que un Estado, como lo era la Francia de su época, sería más próspero y poderoso con una buena filosofía que sin ella.

Lo mismo se puede decir de un partido político. Parece que Ciudadanos, ante la falta de ideas quiere asociarse a un filósofo popular como Fernando Savater. Vox manifiesta, por su parte, una influencia en su defensa de la nación española del filósofo, más académico, Gustavo Bueno. Desde luego que Bueno estuvo más asociado con el marxismo que con el liberalismo. Pero en los últimos tiempos evolucionó alejándose del marxismo y centrándose en una reflexión sobre España como problema filosófico, en un sentido similar a lo que habían hecho Unamuno y Ortega, pero profundizando en algunos aspectos que nos pueden interesar para el caso.

Uno de ellos es la idea de que España no puede asimilarse al modelo liberal protestante anglosajón, porque su modelo de modernidad, que intentó realizar con el primer imperio globalizador de la modernidad que encarnó Felipe II, era distinto. Ese modelo fracasó frente al modelo alternativo protestante del Imperio inglés. Pero España, después de estar a punto de ser destruida como entidad histórica en el siglo XIX y XX, con cruentas guerras civiles, vuelve a entrar enterita y coleando en la segunda mitad del XX en el grupo de los países más industrializados del mundo.

Y mantiene aún una tecnología cultural, el idioma español, que provee a la cultura hispana de la única plataforma globalizadora que puede rivalizar con la lengua hoy dominante, el inglés. De ahí que Vox sea reticente al “europeísmo” de Ciudadanos, más afín a una disolución de lo español en el “europeísmo” de nuestros antiguos rivales protestantes. Por eso España necesita hoy de una renovada reflexión filosófica que vuelva a orientar el rumbo político. No basta ya con seguir mirando a Europa. Y Vox ofrece una, al menos.