La llaga del secesionismo catalán explota en Andalucía

Susana Díaz, presidenta en funciones de Andalucía, este lunes en Sevilla. Youtube PSOE-A

Hecatombe, seísmo, terremoto o cataclismo son algunos de los calificativos utilizados para señalar lo sucedido el 2-D en Andalucía, donde los andaluces, treinta y siete años después, parecen haber perdido la confianza en el partido político que ha liderado, hasta ahora, todos y cada uno de sus gobiernos autonómicos.

Aún faltando por desvelarse, todavía, quien ocupará el despacho presidencial del Palacio de San Telmo, los datos objetivos de los resultados electorales encierran bastantes claves de lo ocurrido más allá de señalar el interesado, y sencillo, argumento del aumento de la abstención en 5,90 puntos porcentuales (del 37.70% al 43,60%) o en justificar la irrupción de Vox dentro del arco parlamentario en la simpleza de que cuatrocientos mil andaluces se hayan hecho racistas de la noche a la mañana.

Las abstenciones han pasado de 2.266.104 en 2015, a 2.602.546 en éste 2-D de 2018, han aumentado, efectivamente, pero en un número de 336.442, mientras que los partidos políticos que han perdido apoyos en estos comicios de Andalucía, PSOE (-399.799), PP (-314.893) y Adelante Andalucia (-279.898) lo han sufrido en una cifra conjunta acumulada de 994.590 que supone el triple del incremento de abstencionistas. Luego la abstención solo puede explicar un tercio de los votos perdidos. Es evidente que hay mas causas.

El hecho de que el incremento de voto se haya circunscrito a Ciudadanos (+290.643) y Vox (+377.961) hace que, quizás, haya que buscar el factor común que ambos partidos hayan capitalizado a la hora de concentrar en ellos esos nuevos apoyos y en ese terreno la reacción a los efectos del denominado conflicto catalán supone una certeza.

Lo que parece evidente es que no hay un efecto directo en los resultados de Ciudadanos y Vox debido al tirón de sus líderes regionales, bajo y palmario en el caso de Juan Marín, pero también extensivo en el caso del exjuez Francisco Serrano, aún siendo capaz de algún chascarrillo más que el tibio hombre de Albert Rivera en Andalucía.

Cataluña y el secesionismo de parte de su población está en el origen de las razones del súbito cambio del sentido del voto expresado en Andalucía, pero con seguridad afecta, y afectará, a otros territorios y demarcaciones electorales, pudiendo decir, aún dolorosamente, que España no es, ni será, una excepción a movimientos sociales telúricos que se vienen produciendo por todo el mundo, desde los EEUU a Italia, desde Centro-Europa a Reino Unido, desde países antes bajo el influjo de la extinta URSS, como Polonia o Hungría, a Brasil; por no hablar de una Unión Europea que ha dejado de suscitar los sueños de futuro de los europeos, encarnándose en los peores tics del “establishment” de la plutocracia de los países que la conforman; pudiendo decirse que el “buenrollismo imperante” ha llegado a empezar a morir de éxito y que gran parte de la población echa de menos mensajes más simples para las certezas que necesitan en su día a día, que un bosque excesivamente frondoso, a su alrededor, les impide ver: un volumen de emigración incapaz de ser gestionado, una excesiva burocratización de una administración pública imposible de ser mantenida; un feminismo que más que igualitario, parece querer voltear el sistema, injusticias incluidas; o un animalismo que pretende igualar a los seres irracionales con los humanos.

Al final, el exceso de envolverse en determinadas banderas, retroalimenta un efecto contagio, alentando los extremismos, y el intento de independencia llevado a cabo desde una parte de la sociedad catalana ha incubado un cierto afán recentralizador del Estado en amplias capas de la sociedad española.

El 39º Barómetro del Real Instituto Elcano (BRIE) publicado en enero de 2018, ya avanzaba un deslizamiento en la opinión social de España, con un 21% de la ciudadania que se identificaba con un Estado con un único Gobierno sin autonomías, cuando apenas tres años antes, en 2015, solo eran un 9% quienes se posicionaban en esa preferencia, porcentaje que subía al 36% si en el se incluían a quienes pensaban que las CCAA’s debían tener una menor autonomía.

Una cosa parece cierta, el independentismo catalán optó por constituirse en el principal problema de España, y todo lo sucedido en torno al otoño del 2017 ha contaminado el día a día de nuestra sociedad, económicamente, socialmente e incluso desde el punto de vista de estabilidad política, pero el recipiente parece haberse derramado por el exceso de temperatura, poniendo el foco del “quid de la cuestión” en la propia organización territorial del Estado, amenazando con un cierto revisionismo que podría llegar a empezar por planteamientos de base como, por ejemplo, ¿por qué el voto de todos los españoles no vale igual? O, ¿por qué 400.00 votos pueden ser casi marginales en determinada zona geográfica y en otra pueden suponer ocho diputados en el Congreso de los diputados?

Hay llagas, y heridas, que terminan por explotar en lugares indeseados.