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El voto verde

Susána Díaz en un mitin en Granada.

Susána Díaz en un mitin en Granada.

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Sostengo el fundado convencimiento de que el voto verde de las elecciones autonómicas andaluzas es desvergonzadamente ilegal.

Y al decir "voto verde ilegal" no estoy refiriéndome, ni mucho menos, a Vox, por más que cierto sector de la población estaría encantado si ilegalizasen a dicho partido, al ser el único reducto patriota de nuestro panorama político. No; a lo que me refiero es al tono verdoso, que tan inofensivo parece, del "diseño corporativo" imperante en el tinglado electoral andaluz: las cabinas, las paredes, las mesas, pero sobre todo las urnas, los sobres y las papeletas mediante las que los votantes han ejercido su derecho al sufragio autonómico.

Para empezar, es ilegal porque el papel de color, al ser sensiblemente más caro que el blanco, supone un incremento innecesario del gasto que, para la Administración, o sea el contribuyente, suponen las elecciones. Superior gasto que, bien mirado, debería constituir malversación de caudales públicos... si no algo peor.

Además, y en contra de lo que dicho tono sugiere, es menos ecológico que el blanco neutro o el reciclado sin teñir, porque los tintes necesarios para darle color a urnas y papeletas contaminan lo suyo.

Pero sobre todo, y muy principalmente, lo que sin duda alguna hace que dichas elecciones sean ilegales hasta el punto de que podría, y debería, declararse su nulidad, es el hecho cierto de que el verde, hoy por hoy en Andalucía, lleva inherente un mensaje que, pasando desapercibido a la mayoría, favorece no obstante de modo indudable al Partido Socialista Obrero Español, que es quien ha ocupado la Junta todos estos años sin solución de continuidad.

En cualquier otra comunidad autónoma española donde haya habido, desde los inicios de nuestra andadura democrática, alguna mínima alternancia en el poder, cabría defender la idea de que determinado tono o motivo en el material electoral no obedece más que a una identificación con la bandera o cualquier otra característica propia o adoptada por la comunidad en cuestión, y que por tanto dicha circunstancia es inocua en el sentido de que a nadie favorece ni perjudica particularmente. Pero en el caso de Andalucía esto no es así, puesto que, quiéralo o no, cuatro décadas ininterrumpidas de gobierno socialista han hecho que, en el subconsciente no sólo del ciudadano andaluz, sino del observador español, se asocie directa o indirectamente el tono verde de esa bandera autonómica con el PSOE.

Y siendo esto de todo punto innegable, no cabe sino concluir que ese ambiente aceituna pálido, ese ambiente oliva picual en que se desarrolla toda la jornada electoral y que predomina en los colegios, al inundar la retina del votante durante el día entero, y sobre todo a la hora de acudir a las urnas, induce en su mente desprevenida cierto impulso a decidirse por el Partido Socialista con preferencia sobre cualquier otra alternativa política.

Cualquier estudiante de primero de psicología estará en disposición de corroborar que este fenómeno tiene lugar así, como lo explico. Pero, además, apuesto mi preciado cuello a que no sólo los responsables -socialistas- de la Junta de Andalucía a cargo del diseño de la jornada electoral son perfectamente conscientes de ello, sino que lo aprovechan dolosamente, si es que no lo explotan, en favor de su partido. O sea, que el PSOE lleva a cabo, el día del sufragio autonómico, el más viejo truco de publicidad subliminal que se haya inventado nunca, y por consiguiente la validez de las elecciones andaluzas debería ser impugnada ante los tribunales, y los responsables acusados de tales o cuales delitos; delitos que ya no entro a calificar porque doctores tiene la Santa Madre Iglesia, hijo, que te sabrán responder.