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Cold War

Cold War.

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Al igual que en la música clásica, donde una pieza breve interpretada por un cuarteto de cuerdas puede despertar tantas emociones como una ópera de tres actos, en el cine no siempre es necesaria una superproducción de dos horas y media, ambiciosa y sofisticada para sobrecogernos.

“Cold War” es esa pieza de cámara cinematográfica capaz de elevarse sobre cualquier obra sinfónica. Es nada más y nada menos que una pequeña y delicada obra maestra realizada por el director Pawel Pawlikowski, que para hacer esta película ha tomado como embrión argumental algunos aspectos de la vida de sus padres y estilísticamente ha seguido la senda de su anterior film “Ida”, aunque bajo mi consideración llegando a cotas aun más elevadas.

La película nos cuenta la historia de amor de dos personas. Un amor que no siempre es fácil de entender por lo pasional e irracional del comportamiento de sus protagonistas, complejos y llenos de contradicciones. Una relación que les hace felices y desgraciados al mismo tiempo con la que no dejan de gozar y sufrir.

Los primero que llama la atención de esta obra es el sentido de la estética y la composición que encierran todos sus planos. Cada uno de ellos es de una perfección y belleza que sin buscar el impacto inmediato llegan emocionalmente al espectador en forma de estampas en un blanco y negro majestuoso y elegante, cuidadas hasta el más mínimo detalle.

La pareja protagonista, excepcionalmente interpretada por la exuberante Joanna Kulig y el interesante Tomasz Kot, se nos presenta extrema en sus decisiones vitales y atrapada en un contexto social que hace aun más compleja su relación. Muchas veces nos cuesta entender las decisiones de los personajes y en ningún momento, a pesar de su aparente clasicismo narrativo, sabes hacia que lugar va a discurrir la siguiente escena, ni qué dirección tomará la historia.

Unos personajes que se mueven permanentemente en un ambiente musical capaz de abarcar diversos estilos. Vamos del folclore polaco, al jazz, pasando por la música de cine. Todos ellos presentados con tal gusto estético que hace inevitable que el espectador se sienta atrapado por lo que ve y oye en cada momento.

Toda una mezcla de sencillez expositiva y complejidad emocional, que junto a su cuidada estética diferencian a este film y a su director del resto del universo cinematográfico dominante en la actualidad. Una historia que se inicia con un improbable preámbulo que nos muestra a una pareja que grava canciones populares a campesinos en sus casas, y que da pie a una historia de amor arrebatadora que tras un sinfín de meandros nos lleva a una última secuencia descomunal que te inmoviliza en la butaca.

No se la pierdan, muy de vez en cuando uno tropieza con una película que, al instante y sin necesidad de ese baremo de medición que es el paso del tiempo, percibes que es un clásico. Esta es una de esas extrañas ocasiones.