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La última vida de Ted Kennedy

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El estreno reciente de Chappaquidick (El escándalo Ted Kennedy en su versión en español) ha devuelto de nuevo a las pantallas la tragedia política y vital de los Kennedy, y particularmente me ha llevado indefectiblemente a la reflexión sobre la exigencia de ejemplaridad en los representantes públicos, la calidad de la democracia norteamericana, a pesar de la elección de Trump, así como el abismo existente entre la política norteamericana y la que vivimos en España

La última vez que fijé mi atención en Ted Kennedy fue durante sus últimas apariciones públicas con motivo de las primarias demócratas en las que el “León del Senado” reaparecía  aclamado por la bases de su partido para apuntalar de forma ferviente al candidato Barack Obama. Quedaba claro que a estas alturas de la Historia, corría el año 2008, el pueblo americano había perdonado de todos sus pecados el viejo senador. De todo ello escribí en su momento.

Lo cierto es que Ted Kennedy tuvo una vida personal llena de tropiezos y equivocaciones. Las palabras de su rival Edward McCormack en las primeras primarias por el escaño fueron: "Si su nombre fuera Edward Moore en vez de Edward Moore Kennedy, su candidatura sería una broma". Pero también es cierto que su posterior labor legislativa como senador fue ingente.

La película, especialmente inclemente, pone el foco en el episodio más truculento de la vida de senador, en lo que pudo hacer y no hizo aquella noche trágica de julio de 1969 (en la que el hombre se disponía a pisar por primera vez la Luna), y no hizo, incurriendo en un posible delito flagrante de omisión de socorro o de homicidio involuntario, aunque lo tribunales de Massachusetts le acabaron absolviendo. 

Personalmente diré que si aquello me hubiera pasado a mí, la voz de la pobre Mary Joe hubiera resonado de forma cíclica en mi cabeza durante el resto de mi vida. No sé si esto le ocurrió al senador, pero lo que si es cierto es que no solo fue capaz de rehacer su carrera política y lo que es más extraordinario, que el pueblo norteamericano le absolviera moralmente al reelegirlo en sucesivas ocasiones.

Contra pronóstico, Edward Moore Kennedy, no solo fue capaz de superar la secuencia del drama familiar, y del posterior terrible incidente, sino que además rehizo su carrera política. Evidentemente, las posibilidades de llegar a la Casa Blanca habían quedado frustradas, a pesar del intento de 1980, pero el más pequeño de los Kennedy siguió siendo reelegido en su escaño de la Cámara Alta, y trabajando en leyes que sobre todo en materia de Sanidad pública, acabaron enlazando con la labor en los noventa de Hillary Clinton.

Por supuesto, no trataré de convertir la tragedia en proeza, ni el drama en heroísmo. Tal vez esto sea algo que solo suceda en los Estados Unidos, o que el pueblo norteamericano sea capaz de perdonar.  

Imaginemos que Trump no ha sido elegido y que estamos todavía en la era Obama. Me quedo en la reflexión sobre la solidez de la democracia norteamericana, en la capacidad de reflexión sobre problemas políticos y morales profundos. En la valoración de la actividad política como necesaria, entre un mundo de populismo y desafección frívola hacia la misma. 

El senador Ted Kennedy tuvo su Chappaquiddick. Pero en España convertimos las notas a pie de página de la tesis de un presidente del Gobierno en razón de Estado, con vía libre para el desbarre público y mediático (póngase el ejemplo similar que se quiera, hay muchos). Ahí lo dejo.