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El terrorismo sexual existe

Mina de oro en Kibali,  República Democrática del Congo.

Mina de oro en Kibali, República Democrática del Congo. REUTERS

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A veces, el gigante audiovisual americano Netflix nos brinda contenidos maravillosos. Una de sus recientes producciones es City of Joy (La Ciudad de la Alegría), un documental tan humano como desgarrador. Esta joya nos acerca a la experiencia de una activista y un ginecólogo congoleños, quienes asociados con una polifacética escritora norteamericana creyeron firmemente en la posibilidad de transformar la tragedia de las mujeres de la región de Kivu del Sur en felicidad y fortaleza. El documental relata con toda crudeza la tragedia que sus protagonistas definen no como violencia de género sino “terrorismo sexual”. La violación como instrumento de guerra en la República Democrática del Congo.   

Esta desgarradora obra de arte nos conduce a través de los testimonios de los fundadores de la "Ciudad de la Alegría” en la ciudad de Bukabu, y de las víctimas de un conflicto sumamente atroz causado por la guerra sobre los recursos mineros de la República Democrática del Congo, librada con el consentimiento y apoyo de las mayores potencias internacionales y de las grandes multinacionales de la telefonía y la informática. Cientos de miles de muertes y aberraciones se cometen día a día sin que nadie lo impida. Milicias y grupos armados se adueñan de territorios y poblados utilizando una estrategia cruel y sanguinaria: matar indiscriminadamente a los ciudadanos y violar masivamente a sus mujeres. Las que tienen la suerte de sobrevivir, huyen, y entre ellas unas pocas llegan a la “Ciudad de la Alegría”: un proyecto que acoge de cada vez por un periodo de seis meses alrededor de noventa mujeres víctimas de terrorismo sexual, tras ser sometidas a violaciones múltiples, acuchillamientos, torturas y al horror de asistir a masacres cometidas sobre sus maridos, hijos, familias, amigos y vecinos.

El objetivo del programa no es simplemente humanitario, no se reduce a proporcionar alimento o cuidados médicos, sino a transformar a estas mujeres en líderes comunitarios, a hablar sin tapujos sobre sus tragedias personales, a defenderse, a convertirse en embajadores de la autoestima y la dignidad de la mujer, y a reintegrarse en sus comunidades con plena capacidad de contribuir a su desarrollo personal y global. El resultado es impactante.

Podemos observar cómo estás heroínas del siglo XXI no tienen tapujos en hablar de sus experiencias; muchas de ellas nos encogen el corazón (no me explayo sobre este punto y les animo a sentirlas en primera persona), nos hacen preguntarnos por qué nuestra sociedad global permite estas atrocidades, y nos provoca asco de las consecuencias de una deriva racista, pecuniaria y políticamente invisible que vive uno de los países con mayor riqueza de recursos naturales del planeta.

City of Joy debería hacernos reflexionar sobre dos aspectos. El primero, de fondo: Es inaceptable que la Comunidad Internacional no ponga todos los medios para apoyar a las autoridades congoleñas a  estrangular esta tragedia, contentándose con desplegar una fuerza militar testimonial, teóricamente para proteger a la población, pero inoperante e incluso permisiva con las atrocidades.

El segundo, de forma: Desde una perspectiva global y estratégica meramente humanitaria, las Agencias de Naciones Unidas, ONGs y donantes institucionales demuestran su inoperancia considerando a las víctimas de conflictos y desastres causados por el hombre meros objetos de planificación, individuos sin capacidad de decisión o dignidad, diseñando acciones limitadas a repartir comida, alojamientos precarios que se derrumban con las primeras lluvias, servicios médicos de atención primaria y apoyo psicológico curativo, diseñando planes de capacitación infantiles y discriminatorios basados en enseñar a las mujeres a tejer, coser y cocinar, minimizándolas y sin considerar las enormes capacidades de empoderamiento y liderazgo que albergan en su interior. 

City of Joy nos hace ver que es posible que mujeres obligadas a asistir al descuartizamiento en vida de sus familiares, a sufrir múltiples violaciones, muchas veces, incluso, arrancándoles el  feto muerto de su vientre a cuchilladas, que tienen que arrastrarse por el suelo para conseguir su libertad, pueden contarlo literalmente, en voz alta, vuelven a sonreír y a bailar, y se convierten al mismo tiempo en líderes para miles de mujeres en su comunidad sin vergüenza de ellas mismas ni de ser rechazadas.

City of Joy es un modelo de fortaleza, de tesón, de convencimiento y de superación. Es una lección para todos quienes tenemos la maldita suerte de vivir en un mundo privilegiado. Y es un ejemplo a seguir por nuestra sociedad en nuestra lucha contra la violencia de género. Que me hablen ahora de la depresión como primera causa de baja laboral. Vean el documental y mañana serán mujeres y hombres nuevos.