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¿Hasta dónde vamos a llegar?

Vista de la manifestación independentista con motivo de la Diada.

Vista de la manifestación independentista con motivo de la Diada. EFE

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La mayor parte de los ciudadanos dejamos que pasen los acontecimientos del curso político sin tomar acción, aunque algunos hasta ejercemos nuestro derecho al voto. Son nuestros políticos, nuestros dirigentes, nuestras élites intelectuales las que deberían resolver los problemas de los ciudadanos, de la integridad del Estado y de España. Pero las sensaciones que percibo son otras. Prima el interés personal y de partido sobre el general, sobre el Estado, dejando al conjunto de la ciudadanía en último lugar. No debemos olvidar que España, nuestra patria, siempre mejorable, pero que nos ofrece libertades y nos posibilita estar en el primer mundo, la formamos todos los españoles, independientemente de ideologías. Todos debemos sentirla como nuestra, con ilusión y sin complejos. Es más, deberíamos sentir que formamos parte de en un proyecto mayor, que hoy día parece una quimera: Europa.

Sin embargo, el conocido problema catalán amenaza la integridad del Estado, nuestra convivencia y nuestras libertades (ya coartadas para muchos catalanes), con el beneplácito del Gobierno y, en muchas ocasiones, indiferencia del resto de los españoles, donde cala esa vana sensación del a mi no me afecta, ese tema me tiene harto, qué pesados estos catalanes, tiene que solucionarlo el Gobierno etc., olvidando que nuestra nación nos pertenece a todos, con nuestros derechos, pero también con nuestras responsabilidades.

Lamentablemente, creo que no se ha tomado esta crisis de Estado a fuego lento con la seriedad que se merece por parte de los gobiernos españoles que se han ido sucediendo en los últimos años, donde siempre ha primado mantenerse en la poltrona del poder sobre cualquier otra cosa.

El proyecto celestial, ilusionante, supremacista, diferenciador, que han ido vendiendo con constancia, paso a paso, gota a gota, los políticos independentistas las últimas cuatro décadas ha sido comprado por una parte de la sociedad catalana, con el apoyo exhaustivo del sistema educativo, de unos medios de comunicación dirigidos y de las distintas asociaciones civiles nacionalistas e independentistas. Ese proyecto ficticio, insolidario, antieuropeo y retrógrado, jamás ha sido rebatido por un proyecto ilusionante por parte de los distintos gobiernos centrales.

Los partidos y los medios dedican mucho más tiempo a otros menesteres, ya sea la crisis de los másteres o la exhumación de Franco por poner algún ejemplo reciente, que les hará ganar o perder un puñado de votos, alguna cabeza o unos puntos de audiencia que a la crisis catalana, cuyas consecuencias pueden ser terribles e históricas si no se ataja a tiempo. ¿O acaso en Venezuela tenían la más remota idea que iban a estar así hace 15 años? ¿Pensarían las familias sirias que iban a tener que cruzar el mediterráneo en maltrechas balsas para sobrevivir? 

Mirar hacia otro lado puede acarrear graves consecuencias, como sucedió en la Segunda Guerra Mundial. Los aparatos de acción independentista campan a sus anchas manipulando y coartando sin contrapartida por parte del Gobierno, abandonando a su suerte a los catalanes no independentistas. El Estado español cada vez tiene menos presencia en Cataluña, menospreciando a los ciudadanos no independentistas e ignorando casos tan graves como el informe de los libros de texto elaborado por la Alta Inspección del Estado, destapado recientemente por un conocido periódico. La tibia entrevista realizada al Presidente Autonómico Torra (hace sospechar de un acuerdo previo), el escaso apoyo a la sociedad civil no independentista y el periodismo efímero y emocional tan presente hoy día, que no profundiza en las raíces de los problemas, tampoco contrarresta el constante machaque propagandístico y la constancia de los medios independentistas, donde la infinita repetición de una mentira acaba calando en la sociedad (mucha gente ya tiene que pensar dos veces para decir políticos presos en lugar de presos políticos, aunque solo sea dialécticamente). 

Frente a la unidad de acción independentista, encontramos división e inacción de los políticos y muchos medios constitucionalistas. Aunque ya vamos tarde, pienso que estamos a tiempo de revertir la situación. Nuestros políticos y los medios de comunicación constitucionalistas deberían hacer un esfuerzo de Estado, excluyendo rédito electoral o económico, para actuar unidos y contrarrestar sin violencia el insolidario y excluyente discurso independentista, creando un proyecto ilusionante y convenciendo a toda la masa social catalana.

Esa acción debería desarrollarse en tres fases. Venciendo a los políticos independentistas en el corto plazo y, más importante, convenciendo y recuperando a la masa social independentista en el medio y largo plazo. Pero, ¿por qué le llaman castellano cuando quieren decir español? Ese es el primer acto diferenciador, pero eso ya es otra historia.