Contra el vicio de mentir la virtud de dudar

“Quizá en otro tiempo le daban importancia a exposición de los hechos, el esclarecimiento de la verdad y la determinación de la justicia, pero ahora son competiciones que gana una parte y pierde la otra. Como cada bando tiene previsto que el otro tergiversará las normas o hará trampas, nadie juega limpio y en el rifirrafe se pierde la verdad”.

Este párrafo de John Grisham extraído de su novela El Estafador, que obviamente tiene su sentido dentro de la obra, se convierte fuera de ella en una aseveración estándar o neutra que se puede aplicar a muchos ámbitos de la vida, especialmente el de la política.

Probablemente, en el ADN español encontremos esa fobia a ser engañados, a ser tomados por tontos, mucho más acentuada que en cualquier otra parte del mundo. Como no hay mejor defensa que un buen ataque, la mentirijilla que utilizaba el pícaro para subsistir evolucionó hacia las medias verdades, para acabar en la mentira descarada que, debidamente inoculada y a fuerza de repetirla, crea doctrinas que se siguen con auténtica fe y sin espíritu crítico alguno. 

Cada vez que se produce una manifestación en las calles, las cifras de participación bailan de manera descomunal según la fuente consultada. Las manifestaciones no son un plebiscito, pero no hay duda que son unos indicadores a tener en cuenta a la hora de valorar la repercusión social de lo reivindicado en cada una de ellas. Y por supuesto sirven para ver si determinado movimiento gana o pierde fuerza de una vez para otra. Por lo tanto, si fuésemos una sociedad madura democráticamente deberíamos estar interesados en conocer con la mayor exactitud posible un dato que además parece ser que no es tan difícil de calcular.

Lynce, la única empresa española que nació para realizar “una sociología cuantitativa eficaz de las aglomeraciones humanas en condiciones científicas de fiabilidad, independencia e imparcialidad", y que demostró tener un sistema fiable de recuento de manifestantes por metro cuadrado, comenzó su actividad en 2009 y tuvo que cerrar sus puertas en 2012. Parece ser que ningún convocante de “manis” quedaba contento con los datos de participación por muy veraces que fuesen o precisamente por eso ya que no servían a sus intereses. Ni siquiera el periodismo en general mostró gran interés en conocer la verdad, salvo alguna agencia de noticias que sí que recurrió  habitualmente a los servicios de Lynce pero que a la postre no generó suficiente demanda para la subsistencia de dicha empresa.

Como las cifras de participación suelen utilizarse a modo de aval de un movimiento o reivindicación determinada, cuanto más se inflen dichas cifras, más razón parece que tienen los convocantes.

El independentismo de los últimos años en Cataluña, aunque también lo ha hecho, no ha necesitado maquillar demasiado las cifras de participación ciudadana en la diferentes convocatorias realizadas ya que  han gozado de una respuesta popular considerable incluso haciendo un recuento veraz. Pero es que el  éxito de dichas convocatorias procede de la siembra de la semilla del nacionalismo desde hace muchos años, sobre todo entre los más jóvenes, pues es el terreno más fértil por su inocencia y vulnerabilidad. Una semilla cargada de grandes mentiras y sobre todo mucho odio.

Al igual que pasa con los desfalcos y corruptelas -cuanto más gordo más posibilidades de que el infractor salga  impune- la mentira, cuanto más gorda, más acólitos incondicionales atrae. Y si en vez de basarla en algo aceptable como la defensa de lo propio, la cimentas en el odio al otro, el éxito está asegurado. 

Pero si algo me ha enseñado la vida es que la educación y la formación no acaban con el colegio ni con la universidad, sino que se prolonga durante toda la vida. Por eso quiero creer que cuando los niños y jóvenes adoctrinados sigan forjando su personalidad y la vida les vaya golpeando con la cruda realidad, adquirirán la suficiente inteligencia como para, al menos, dudar sobre “las grandes e incuestionables verdades que les inculcaron”.

La duda es señal de inteligencia y a veces te encuentras con casos que vuelven a darte esperanza. Jóvenes con mente crítica, que preguntan por qué, cómo, cuándo y que además escuchan las opiniones contrarias. Los he visto en las redes y en mi entorno. No todo está perdido.