Memoria histérica

Ahora mismo es tanta la inquina y tan de moda está lo de exhumar cadáveres o fulminar figuras del pasado, que esto parece ser el nuevo juego de mesa. De manera que personaje real o de ficción, como da igual de quien se trate, pues me pongo a ello.  

He finalizado la lectura de un cuento que sin duda les resultará familiar: Caperucita Roja. Hace muchos años (desconozco si mi condición de niño era la misma que la de hoy), comencé a leer esta  famosa narración de Perrault. Confieso que interrumpí su lectura justo cuando el lobo feroz habló con Caperucita. Esta clara demostración de dominio de los idiomas por parte de un lobo no solo me desconcertó, sino que obligué a mis padres a que me apuntaran a una academia de lenguas diversas. "Si un lobo habla español, yo también podré hacerlo", me dije. Así, el cuento quedó inacabado en mi infinita infancia hasta hace unos pocos días.

Curioso destino este de la literatura en sus diferentes versiones porque paseando por  una de esas ferias lugareñas dedicadas al trueque de libros, me encontré con un ejemplar del susodicho cuento. Lo hice mío de inmediato como si de un incunable se tratase. Di a cambio un García Márquez que llevaba conmigo unos cien años de soledad [sic].  

Guiado por esa misma duda de la infancia, he regresado tratando de encontrar explicación a lo del lobo. Que un lobo hable, también se disfrace y hasta sea capaz de ejercer de ventrílocuo, no me negarán ustedes que es un caso de inigualable supremacía académica. He investigado por mi cuenta y todo el mundo guarda silencio. Saber, saben, pero temen las represalias. Hay mucho lobo suelto. 

Mi teoría es que este lobo era de familia muy influyente. Un canalla pervertido acosador de menores. Dominador del  engaño esperando a su presa como  un auténtico coyote. Sin duda un lobo disfrazado aparentando ser una cosa y luego la otra. Es el típico caso de pederasta repulsivo, eso sí, con tanta  influencia en las altas esferas que los tribunales convertían sus execrables actuaciones en simples episodios de cuento infantil.

Otro de los protagonistas de esta mi 'memoria histérica' es sin duda la madre de Caperucita. Fijemos la atención en el grado de irresponsabilidad de la buena señora. Enviar a la niña menor de edad, sola por el bosque, con el agravante de ser conocedora de los riesgos existentes: "No te entretengas, Caperucita, y no te salgas del camino, ya sabes de los peligros". Ya me dirán ustedes la clase de madre. A buen seguro que se pasaba el día viendo novelas en la televisión. De la abuelita, pues poco que objetar salvo que una persona mayor como ella, viviendo sola en medio de un bosque, enferma, muy torpe de la vista  y peor oído; que me aspen si no es uno  de esos casos de abandono familiar en toda regla. De vergüenza.

En cualquiera de los casos, Caperucita no deja de sorprender en esta historia. Raro, rarísimo que confunda al lobo con su abuelita, ¿no les parece?  Una de dos, o visitaba de higos a brevas a su abuela o padecía de presbicia temprana. Y luego está lo del cazador. A buenas horas entra en escena cuando ya se ha consumado el desgraciado acontecimiento. Otro caso más sin resolver. Y gracias a que la niña Caperucita no llevaba la capucha de color amarillo. Solo le faltaba eso al juez Llarena.

Me ha decepcionado la historia a pesar de que Charles Perrault demostró  buenas intenciones intentando advertirnos de los peligros que tiene el hablar con desconocidos. Sin embargo, creo que deja excesivos cabos sueltos en la narración. En fin, hay quien me dice que he esperado demasiado tiempo en leerlo. A lo mejor sí.