Cerrar heridas

Explanada del Valle de los Caídos. EFE

La polémica surgida y aireada con fuerza por muchos medios, en torno a la inminente exhumación del dictador Franco del Valle de los Caídos, por parte del actual Gobierno vía decreto ley, tiene poco o ningún recorrido, desde el punto de vista histórico, incluso me atrevo a decir sin ser ducho en la materia, desde el jurídico. 

Empecemos enmarcando el contexto histórico y de lugar: Franco no es ningún "caído" de la Guerra Civil que enfrentó a los españoles entre 1936 y 1939. Fue autócrata que eligió este lugar a modo de mausoleo para la sepultura. En segundo lugar, el Valle de los Caídos no representa ni por atisbo la reconciliación entre españoles, sino la victoria de vencedores sobre vencidos, por lo que su transformación, en uno u otro sentido, no puede contribuir a cerrar heridas como tantas veces he escuchado repetir de manera monocorde estos días, sino a cerrarlas. 

Como bien han explicado estos días diversos historiadores de distinta índole, el Valle fue construido en 1959 como monumento a la Victoria ("veinte años de paz" en la propaganda del Régimen). Sin embargo, no hubo paz, porque en palabras del mismo general, la victoria sólo se obtendría cuando los todos los vencidos de la guerra lo fueran. No hubo Paz. Los juicios sumarísimos, no sólo se dieron en los años cuarenta subsiguientes a la Guerra, sino que la persecución a los detractores del franquismo llegó hasta los estertores del mismo: baste citar los conocidos Juicios de Burgos acontecidos en los años setenta. Tampoco hubo piedad.

Como argumenta con fuentes sólidas el eminente historiador Santos Juliá en su último compendio histórico-político Transición (Galaxia Gutenberg, 2017), muchas fueron las fórmulas sobre las que los diferentes grupos en el exilio sobre todo, pero también desde el interior. Buscaron la reformulación de un sistema que pasadas las décadas, se agotaba en el marco europeo. Desde la restauración monárquica a la lógica legitimista republicana. En ello estuvieron desde los grupos de la Democracia Cristiana hasta los comunistas del activista PCE, socialdemócratas del PSOE, e incluso falangistas disidentes como fue caso de Dionisio Ridruejo. Nada de esto fue escuchado. El Congreso de Múnich de 1962 donde se reunieron las citadas fuerzas para estudiar fórmulas de Gobierno más acordes con la naciente Comunidad Europea, fue tildado de "contubernio". Nada que escuchar de personalidades europeas españolas de renombre como Salvador de Madariaga. 

El Régimen (y por ende el dictador) no escuchó a nadie de los que habían sido vencidos en la Guerra, ni tampoco a algunos de los que le habían apoyado en el golpe militar del 36 (véase el caso de los monárquicos). Tampoco hubo perdón. Parece mentira que haya que recordarlo, todavía cuarenta años después: Franco murió en su cama. 

Y ahora mismo sus restos permanecen junto a sus víctimas, prisioneros forzados en la construcción del mausoleo, republicanos sacados de sus cunetas y enterrados en el desfiladero sin que sus familias supieran nada. ¿No es esto suficiente para pedir que los restos del dictador descansen en otro lugar? Tal vez después de cuarenta años, los españoles podamos tener un atisbo de paz, piedad y perdón.