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Gilgote hasta la médula

Villagarcía del Llano.

Villagarcía del Llano. Municipio

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Me tomo esta pequeña licencia a modo de paréntesis en mis escritos habituales para hablar de tierra y corazón. Como cada año por estas fechas algo hierve con fuerza en el interior de quienes ostentamos el privilegio de hacernos llamar gilgotes. Este gentilicio oficial adorna a quienes como yo, hemos nacido en un pequeño pueblo de la Manchuela conquense llamado Villagarcía del Llano

Las fiestas patronales de un pueblo de apenas mil habitantes pueden pasar desapercibidas para el resto de mortales, pero nunca para quienes las hemos vivido, aunque sea una sola vez. 

No es menos cierto que las fiestas han cambiado, y mucho, pero su esencia perdura y perdurará siempre. Los que allí viven fabrican celebraciones y actos que hacen que los que volvemos para disfrutarlas nos sintamos afortunadísimos. No es actividad, es actitud.  

Cada uno de los habitantes, a los que conozco como la palma de mi mano, aporta su propia esencia a la idiosincrasia de un pueblo único. No dejo de sentir pena de que algunos paisanos me miren extrañados cuando paseo por sus calles, sin duda porque tras largos años de ausencia, no reconocen mi cara. Pero dura poco, pues en mi pueblo la gente si no te conoce rápidamente te pregunta: ¿nene, tu de quién eres?, y asunto arreglado. 

Empieza agosto, y al mismo tiempo los días que se viven con mayor intensidad y alegría en este pequeño paraíso de la meseta central. Tengo que admitir que, aunque se agradezcan las visitas, tengo miedo a que muchas personas descubran este rincón maravilloso y masifiquen unas celebraciones que siguen siendo muy nuestras. 

Toca volver, respirar el aire limpio de mi tierra, disfrutar del aire “solano” del atardecer y deleitarme con cada uno de los días de esa frenética y tradicional fiesta.