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El gol definitivo de la semántica inclusiva

Orgullo Gay Madrid 2018

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 En los primeros tiempos de esta deriva gramatical, o mejor dicho lingüística, que la ideología de género lleva lustros trabajando por imponer en el frente del idioma, algún espabilado diseñador del pensamiento único, o tal vez un "influencer" solitario, inspirado acaso por el entonces pujante auge del correo electrónico, nos coló el primer gol con la bobada ésa de la arroba inclusiva; la nefasta arroba que, si bien todos sabemos cómo se escribe, nadie sabe aún cómo se pronuncia y sigo esperando a que esos lumbreras ideológicos me lo expliquen.

Y aunque la idea germinó con fuerza y se propagó como mala yerba entre la gente guay, sus heraldos no tardaron en comprender que precisamente lo impronunciable de la desinencia -@, más las dificultades derivadas de su incorporación a la ortografía e inclusión en el diccionario, aunque no insalvables (pocas instituciones tenemos en España más tibias y menos comprometidas con el español que la Real Academia), la privaban de la fuerza necesaria para llevar a buen término la feroz ofensiva hembrista que entonces emprendían. Así que, sin renunciar a su uso, sobre todo en rotulación, que ya no discuten ni los más puristas del castellano, pronto se hizo evidente la necesidad de otras armas más poderosas y eficaces para el adoctrinamiento.

Fue entonces cuando los abanderados del par cromosómico XX nos colaron el segundo gol, que a su vez tenía dos vertientes: de una parte, la invención e introducción en el vocabulario de una variante acabada en -a para el femenino de toda palabra referida a las personas: joven/jóvena, miembro/miembra; de otra, la obligatoria mención expresa de ambos géneros, así construidos, allá donde proceda: o sea, el cacofónico y redundante "todos y todas los niños y las niñas", que tan profundo ha calado en nuestra domesticada sociedad. No sólo la entusiasta progresía ha adoptado este vicio, sino que los sectores más remisos, en principio, a tales imposiciones lingüísticas han acabado claudicando, rehenes de su complejo y ansiosos por hacerse perdonar de las izquierdas. Hasta la saciedad hemos escuchado estas últimas semanas, con ocasión de las primarias en el Partido Popular, lo del "candidato o candidata" que sus allegados nos repetían como si hubieran hablado así toda su vida.

No obstante, si bien esta modalidad del mal llamado lenguage inclusivo -¡como si el español no lo fuera!- es con diferencia la más extendida y utilizada en los últimos años por su vistosidad y por permitir a todo el mundo, desde los políticos hasta las amas de casa, dárselas de progres, lo cierto es que no deja de ser un esperpento que incluso a sus inventores les parece burdo, feo y cansino.

Por eso en los talleres de la retórica igualitaria siguieron trabajando en ello hasta que, por fin, descubrieron la panacea; el gol definitivo de la victoria, consistente en la sustitución, tan disimulada como inapropiada, de cualquier sustantivo aplicable a un ser humano por la palabra "persona" seguida del sustantivo adjetivado: "las personas usuarias" por "los usuarios", "las personas ciudadanas" por "los ciudadanos", etc. Como si hubiera posibilidad de confundirse con, no sé, los gatos ciudadanos o las moscas usuarias. Y este gol, sutil y eficaz a un tiempo, arrasador y taimado, es tan fino que la mayoría de la gente ni siquiera advierte cómo se lo cuelan una y otra vez cada día; hasta que, a fuerza de escuchar repetida la cantinela, incluso quienes somos conscientes del torpedeo perdamos poco a poco la noción de cuándo está bien o mal construida una frase.

¿Pero a quién le importa que el idioma español se depaupere todavía un poco más, y con él sus hablantes? Lo esencial es que con esta palabra, que además cumple el imprescindible requisito de ser femenina, no sólo evitan los inconvenientes de la arroba y el os/as, sino que los educandos ni siquiera tenemos la ocasión de protegernos contra el subliminal lavado de cerebro.

Nunca me he leído el Catecismo del Buen Progre, y guárdeme Dios de hacerlo algún día, pero me dejo decapitar si este nuevo dogma no lo han incorporado a lugar preeminente de su decálogo. Desde luego, hay que quitarse el sombrero con toda humildad y reconocerles a las izquierdas, una vez más, su magistral dominio de la manipulación semántica.