Viaje a Londres

Fuegos artificiales sobre el Big Ben en Londres. /Reuters

Se aproxima el verano y es buen momento para visitar Inglaterra. Desde Asturias, donde resido, viajar a Londres no lleva más de hora y media de vuelo. Varias compañías ofrecen vuelos económicos todos los días de la semana, ahora en verano. Esta vez entramos en Inglaterra por el aeropuerto de Gatwick, desde el que un tren rápido nos lleva a Victoria Station, en el centro de Londres. Me alojo en un hotel cerca del famoso y concurrido Museo Británico, en el literario barrio de Bloomsbury. A la entrada del hotel oigo hablar español a grupos de turistas y de estudiantes adolescentes que vienen a aprender inglés. En Londres siempre encuentras algún español, sudamericano o italiano, en pubs, tiendas, etc., con el que puedes descansar del inglés estándar necesario para moverse por la ciudad. 

Hay un motivo profesional en mi viaje por el que debo visitar bibliotecas y librerías a la búsqueda de material para mis investigaciones profesorales sobre Herbert Spencer, un importante filósofo inglés de la época victoriana, famoso por su defensa del liberalismo, propio de las que él denominaba como “sociedades industriales” frente a las “sociedades militares”. Sociedades que él veía ascender de forma imparable en el socialismo de finales del siglo XIX, pero que profetizó que, lejos de conducir a una sociedad industrial más avanzada, conducirían a “sociedades militares” más atrasadas. El militarismo y la sociedad policial que constituyó la Unión Soviética, llamada la patria del socialismo, confirmó su profecía. Por eso creo que este hombre merece volver a ser estudiado y rehabilitado, sobre todo por la renovación del liberalismo político que ha triunfado tras la caída del Muro de Berlín. En español se puede leer algunos de sus escritos políticos, como el titulado "El Individuo contra el Estado". Los partidos políticos centristas españoles, que parecen tener posibilidad de acceder al gobierno, deberían fomentar estas lecturas, como también las de Ortega y Gasset, si no quieren volver a “descubrir Mediterráneos”. Pero, en fin, en España se suele tocar mucho de oído y así nos va.



Al margen de esta actividad profesoral investigadora queda un tiempo libre para visitar Londres, comenzando por el British Museum que me encuentro todos los días por la mañana al salir del hotel. La entrada es gratis y dedico cada día al menos dos horas a visitar sus numerosas salas. La historia de las civilizaciones antiguas, Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma y algo de India y China, desfilan ante los ojos curiosos de los visitantes por medio de estatuas, cerámica, frisos, monedas, armas, momias, sarcófagos, etc., ilustradas con las pertinentes explicaciones escritas. Se puede ver también alguna exposición de pago, como la dedicada al escultor Augusto Rodin que visité tomando fotos y videos del famoso Pensador o del Beso. A mediodía, siguiendo el horario español de aperitivo y comida, -que en Londres se puede mantener sin problemas-, bajando por Charing Cross, la calle donde visité librerías, desemboco en The Strand, paralela al rio Támesis, que bien merece un paseo hasta el Big Ben. Desde allí asciendo, gozando de un tiempo soleado y primaveral, a través del St. James Park hacia el elegante barrio de May Fair. Es la hora del aperitivo y me apetece tomar un dry martini. 



Provisto de algunas direcciones de bares de cocteleria que me suministro Rocio, bartender del Varsovia gijonés, me dirijo a uno de ellos, el bar del Hotel Connaught. Me acerco a una zona en la que me sorprenden concesionarios de coches de alta gama, indicativo del alto nivel económico del barrio, al estilo del barrio de Salamanca madrileño. La entrada al hotel Connaugt aparece ante mi flanqueada por tres lebreles uniformados, al estilo del Palace madrileño, a los que pregunto por el bar del hotel. Amablemente me indican el acceso sin poner la menor pega a mi vestimenta turística, con cazadora veraniega y mochila al hombro. 



El bar del hotel, situado en el interior, es de un estilo clásico, muy elegante. Ya algo tarde para el horario inglés, apenas quedan clientes. Me recibe una apuesta joven bartender, a la que pido un dry martini que, al probarlo me sabe a gloria. Nunca había tomado uno igual. Felicito a la bartender, que es italiana, oriunda de Cerdeña, y que se llama Maura Emilia; me dice, pasando del inglés al italiano, que estaba en un bar que había sido considerado, en uno de esos concursos anuales de baristas, como el mejor del mundo. Me entero más tarde que de este bar salió la frase que James Bond dice en una de sus películas de que le sirvan un martini stir (revuelto) not shake (agitado).  A la hora de pagar son casi 20 libras. Le digo que me ha gustado mucho el cocktail pero que el precio es “tropo chero per me”. Se ríe y me invita como compensación a medio dry martini más. Me despido satisfecho y dispuesto a comerme el famoso fish and chips británico en un restaurante menos caro. Al día siguiente volví para ver a Maura.