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Sensación térmica

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Confieso que llegué a tener cierto sentimiento de culpabilidad cuando, hace algún tiempo, alguien me alertó sobre la imagen de corrupción que estaba dando la Comunidad donde vivo cara al resto de España. Hasta el argumento que esgrimí de que eso es cosa de políticos y no del pueblo llano sonaba casi a excusa. Yo particularmente jamás me he apropiado de nada que no fuera mío y me consta que entre muchos de mis paisanos todavía se cierran acuerdos con un apretón de manos y mirándose a los ojos porque la palabra dada tiene un gran valor. Aun así el estigma sobre mi tierra se había asentado ya de forma irreparable.

Pero he aquí que empezaron a aparecer diversas gráficas sobre la corrupción en España que mostraban datos contrastados y ordenados de las más diferentes formas: Según la valoración económica de cada caso, por número de imputados o procesados, por Comunidades o provincias, etc.

Y, ¡oh sorpresa!, ni mi Comunidad ni mi ciudad lideraba ninguna de dichas gráficas, ni el caso Gürtel es el que “ha movido” más millones de euros. Casualmente el caso Pujol, con su 3%, sí que hacía líder, en algunas de las gráficas, a la Comunidad a la que pertenece aquel que generalizó sobre la honradez de todos mis paisanos, incluido un servidor. Aquel que veía la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio.

Buscando la causa de esas sensaciones que no se correspondían con la realidad me acordé de aquellos rudimentarios termómetros de antaño con cápsula de cristal sobre madera graduada que, una vez comprados y observados durante los primeros días, pasaban a ser más un elemento decorativo en las viviendas que un instrumento de consulta, por mucho que nos facilitasen un dato totalmente objetivo, ya que al final lo que contaba para elegir la ropa adecuada para salir a la calle era, y es, la sensibilidad individual de cada uno a los factores externos.

De igual forma los datos y gráficas en política, por muy objetivos que sean y contrastados que estén, pueden llamar la atención en un primer momento o incluso ser esgrimidos por aquellos a quienes benefician; pero al final son ocultados por lo que yo he denominado “sensación térmica”, extrapolando a la política esa expresión con la que los meteorólogos nos explican por qué podemos tener más o menos frío o calor de un día para otro, según una serie de condicionantes, aunque el termómetro marque los mismos grados.

Algunos de los factores que modifican la sensación térmica con respecto al guarismo que arroja un termómetro son, por ejemplo, la existencia de determinados vientos, la humedad o la zona geográfica. Y qué duda cabe que si hay algo que puede variar la sensación, y por lo tanto la opinión política de una sociedad, son los vientos mediáticos.

El ejemplo más reciente lo tenemos en el famoso máster de la Sra. Cifuentes. Dejando de lado la mayor o menor importancia del caso, con todas sus connotaciones, llama la atención que la noticia ha convivido en la misma semana con el tramo clave de los juicios de los Eres con Chávez y Griñán en el banquillo, la dimisión del alcalde de Alicante (PSOE) al ser procesado, la detención de la líder de los CDR –excandidata de Podemos-, o la imputación de tres concejales de Carmena.

Con todo ello, la noticia Máster (nunca mejor dicho), casi de seguridad Nacional, ha sido la de la Presidenta de la Comunidad Madrileña, que si bien es grave, principalmente por las presuntas irregularidades en el otorgamiento de títulos por parte de una Universidad y el agravio comparativo con aquellos que sí se esfuerzan para obtener un título, ha eclipsado a las otras citadas anteriormente y que también tienen su relevancia.

Lamentablemente los vientos mediáticos más potentes no provienen de esas redes sociales, vertedero de frustraciones e insultos donde nadie convence a nadie y que tienen menos peso de lo que muchos creen, sino de los medios más tradicionales que se empeñan en demostrar quien tiene las hojas (impresas o digitales) o la pantalla más potente para mover las aspas de su propio ventilador.

Espero no ser inocente al desear que aprendamos a resguardarnos al abrigo de la duda o a despojarnos del manto de los prejuicios a fin de mantener una muy saludable temperatura democrática constante, pues tan malos son los calentones como los enfriamientos.