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El comienzo del fin del buenismo

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El año 2018 se erige como el colofón grotesco de una serie de mentiras 'goebbelianas' impregnadas en la mente robotizada del común. Tres grandes monstruos disfrazados de virtud nos invaden sin piedad: el socialismo, la ideología de género y el nacionalismo. Tres grandes bestias con un tronco común y un enemigo a batir: la libertad, libertad individual, de expresión, de acción y de propiedad. Es la nueva lucha apocalíptica entre Occidente y barbarie; hasta ahora, el mal ha resultado triunfante, pero no han sonado las campanas de la victoria definitiva: el vencido quizá no lo es tanto.

¿Nos hallamos por ventura ante el deseable fin del antihumano y abyecto buenismo? Creo y deseo creer que así es; el espectáculo esperpéntico de las catarsis catalana, feminista y derivados y de la falsa moral de blandos –Nietzsche se revolvería en su tumba si viese en lo que se está convirtiendo su moral de amos– parece hacer resurgir una ola de valentía discrepante con los males del Averno en la tierra; la recuperación de la verdad renace para hacerle frente a este Satán travestido de Mesías.

No hay más que observar el fenómeno reivindicador de 'Tabarnia' como ejercicio ejemplificador de los sinsentidos huecos del separatismo paleto. Los enemigos del progreso aluden a que 'Espanya ens roba' tras dilapidar sin vergüenza los mil y un recursos dados por el Estado 'opresor', no ya desde una visión cortoplacista, sino desde los mismos tiempos de la Ilustración; desde el XVIII Cataluña fue la hija favorita de las Españas en detrimento de todas sus hermanas peninsulares, no por ello menos merecedoras de privilegios; y ahora viene, tras una alianza contra natura entre burguesía y desharrapados, a dar lecciones de moral como tierra desposeída y maltratada. ¡Qué ejercicio de depravada miserabilidad! Y, por encima, hemos de asumir que la debilidad del Estado frente la insurgencia golpista se debe a su 'complejidad política'. ¡Basta ya! La igualdad ante la ley es para todos, separatistas incluidos.

Por no hablar de los gritos hembristas de la desvirilización de la sociedad; la violencia de hombres contra mujeres ha sido utilizada políticamente por el feminismo de la diferencia para exigir tratos de favor, materializando por decreto su sentimiento de inferioridad. Muchos hombres y mujeres cabales sienten la dura losa de la apropiación de estas brujas del monopolio de la justicia y la moral, hartos ya del control de la libertad bajo la lanza del totalitarismo más ruin.

Este feminismo, hijo pródigo de la ideología de género, no cree en los sexos, intenta batirlos desde un nuevo ejercicio de ingeniería social bolchevique estigmatizando al hombre por ser hombre, y prohibiendo a la mujer ser mujer: la mujer, el nuevo proletariado de la lucha de sexos, no debe rendir pleitesía al opresor: ser gentil, aceptar lo galante, el piropo, las flores... ¡Nunca, aburguesada pieza del nuevo orden! La mujer nueva del Estado Feminista Mundial, ya lo dijo el 8 de Marzo en la peligrosa huelga neosoviética de esta España degradada, no quiere machos. "¡Mujeres del mundo, uníos!" no suena tan diferente a aquella máxima marxista. Si pudieran, gulags para los hombres –la feminista Julie Bindel ya lo propuso–.

La brecha salarial es una falacia; si coincide que trabajos con mayores riesgos, y por ende mayor sueldo, los eligen los hombres por mayoría, no hay discriminación alguna; anular la presunción de inocencia del hombre, imponer a la mujer en ciertos puestos por ser mujer, sí es discriminación; negativa para el hombre, y 'positiva' –si es que se puede concebir como positiva cualquier discriminación– para la mujer, o lo que es decir, auspicio del rol de inferior de ésta.

Y toda esta patraña de mentiras institucionalizadas como dogma inundan la sociedad por acción directa del socialismo, la mentira de las mentiras, dictadora todopoderosa de tales ideologías liberticidas. La Ley de Talión de los antiguos parias, el proletario, el nacionalista y la mujer se revela como 'modus operandi' de estos nuevos 'führers', que en lugar de asumir los derechos que les fueron reconocidos por sociedades cada vez más civilizadas, los tumba sin contemplaciones. Así han tumbado a la cultura del perdón cristiana, con resentimiento y ajuste de cuentas. Nada nuevo bajo el sol desde que Robespierre hizo de las decapitaciones categoría moral; la humanidad sigue en ésas... ¿O no?

El separatismo ha conseguido cavar su tumba al sobrepasar la línea del ridículo más atroz; hombres y mujeres partidarios de la igualdad cada día se alejan más de las hordas feminicidas acomplejadas por ser mujer; Ana Julia Quezada, mujer, negra –manía del socialismo la de no llamar a las cosas por su nombre– e inmigrante ha demostrado que por no ser varón, blanco y heterosexual también puede matar. La sociedad, cada vez más, está harta de adular a falsos ídolos.

El muro del oprobio se derrumbó, mal que bien, hace casi treinta años. Es tarea de nobles derruir de una vez por todas sus últimas piedras en pie.