8 de marzo

Paros en las grandes empresas españolas con motivo de la huelga feminista del 8M

La mujer ha sido borrada durante siglos de la vida pública y cercenada de las páginas de la Historia de la humanidad hasta prácticamente bien entrado el siglo XX. Sin embargo, su lucha no sólo ha redundado en el beneficio de ellas mismas sino en el del avance democrático y de las libertades del ser humano.

Así ocurrió, por ejemplo, desde los inicios del sufragismo en Inglaterra, liderado por Panckhurst, afín al Partido Laborista, hasta la continuada lucha por el voto después de la Segunda Guerra Mundial, en la que hasta en país tan supuestamente avanzado como Suiza no se logró hasta bien entrados los años setenta.

El 8 de marzo de 1910 se reiteraba el voto para las mujeres, por boca de Clara Zetkin, en la Segunda Internacional de las Mujeres Socialistas. Fueron también mayoritariamente mujeres obreras las que primera se habían unido a la insurrección proletaria de febrero de 1917 en Rusia, marzo en el calendario gregoriano.

Parece que ese día amaneció frío y soleado en San Petersburgo. Uno de los temas de conversación en la zona burguesa era el estreno en el teatro Alexandrinskii de la obra teatral Mascarada, dirigida por Meyerhold. En los barrios obreros las preocupaciones eran muy diferentes. A mediados de enero comenzó a faltar el pan; en febrero, había recibido apenas la mitad de lo percibido en diciembre. Desde el inicio de la guerra el precio del carbón se había quintuplicado y los alimentos multiplicado por siete. El pan se había convertido en la comida principal y casi única. Los estudios indican que el 47% de la clase obrera de Petrogrado eran mujeres, mientras muchos hombres estaban en el frente.

Las obreras eran mayoría en la industria textil, del cuero y del caucho, y numerosas en oficios que antes habían tenido vedados: los tranvías, las imprentas o la industria metalúrgica, donde había unas 20.000. Las obreras eran también madres: debían garantizar el pan de sus hijos. Y, antes de ir a la fábrica, hacían interminables colas (unas 40 horas semanales) para conseguir algo de comida, acampando durante la noche, en pleno invierno ruso. La chispa se encendió cuando algunas empresas textiles del barrio de Viborg decidieron declararse en huelga. A las diez de la mañana se habían reunido unas veinte mil. Fue al llamamiento de las mujeres, los obreros de algunas fábricas se unieron a la manifestación. Un trabajador de la fábrica mecánica Nobel recuerda: “Podíamos oír las voces de las mujeres en las calles desde las ventanas de nuestro departamento: ‘¡Abajo la carestía! ¡Abajo el hambre! ¡Pan para los trabajadores!’.

Aquellas que nos habían visto comenzaron a mover sus brazos y gritaban ‘¡Vengan! ¡Dejen de trabajar!’. Arrojaban bolas de nieve a las ventanas. Decidimos unirnos a la manifestación". Se calcula, según nos señala el historiador Marc Ferro, que alrededor de 90.000 obreras y obreros participaron en la huelga.

Al día siguiente, 24 de febrero, el movimiento se amplía aún mucho más. Casi la mitad de las obreras y obreros están en huelga. A la exigencia de “Pan” se le unen las consignas de “Abajo el zar” y “Abajo la guerra”. Grandes manifestaciones se dirigen hacia el centro de la ciudad. La policía ha levantado los puentes que separan los barrios obreros del centro, pero el río Neva todavía está helado y miles de huelguistas se atreven a cruzarlo. Se suceden los enfrentamientos con la policía y aparecen también los temidos cosacos. La revolución había comenzado.

La movilización del pasado 8 de marzo de 2018 ha sobrepasado en congregación a muchos movimientos históricos de nuestro país, señalando no sólo la flagrante desigualdad en el mundo laboral con una brecha salarial insultante para un estado desarrollado, sino también las necesidades sociales que se esconden detrás de ellas.