Gabriel Cruz

Gabriel.

Nadando en fondo del océano, ni si quiera alcanzable por tiburones o delfines, aleteaba tan fuerte que agitaba el mar y el resultado eran montañas construidas con agua, enormes y grandes olas que se formaban a su paso golpeando con fuerza las rocas.

Era valiente y veloz, no perdía de vista ni un sólo rincón de aquel océano que navegaba una y otra vez, memorizaba cada pececillo que encontraba a su paso, en un abrir y cerrar de ojos sabía los nombres de todos los que pasaban por su lado.

Un niño con ganas de surcar los mares, un niño a quien no le han permitido verse convertido en el majestuoso Tritón, un niño que poseía inocencia, su rostro transmitía dulzura, su sonrisa una gran luz del sol al ponerse, muy fuerte, radiante, la luz que todos vemos al atardecer sentados cerca de la orilla del mar, desvaneciendo lentamente pero también de manera inevitable.

A Gabriel Cruz, ese niño, con todo lo que significa ser un niño, con todo por delante, no le ha dejado vivir apenas, un sin sentido de maldad nublaba con arena el océano donde navegaba. Un doloroso recuerdo nos quedará en nuestros corazones y una rabia indecente, al menos por mi parte. No conocía a Gabriel, no vivo cerca de aquel lugar, tampoco tengo hijos, pero me considero una persona, considero que soy humana, sé que es ser humano, y sólo por ello, duele. Más aún cuando la justicia no da justicia, puede que aquella que llevaba deliberadamente el cuerpo del pequeño Gabriel en el maletero del coche, también calcule que estará unos 7 años en la cárcel como el asesino de Diana Quer, que se permite el lujo de recordar a sus familiares que no acepten menos de 10.000 euros por entrevista.

Ya no somos personas, ya no somos humanos, no nos da la rabia que debería darnos, nos resignarnos a ver niños desaparecidos que más tarde son encontrados así, adolescentes, asesinatos y violaciones, parece que España clama ante ello, pero clamamos a nivel de red social, no nos levantamos, no gritamos ante la atrocidad de que la pareja del padre del niño haya sido hipócrita hasta el extremo, un papel bien aprendido, controlado y además perfectamente actuado. No sentimos cómo la piel se pone de gallina al pensar que en nuestras calles hay “personas” que no lo son, son distintos, son otra cosa, no es persona, es algo que ha sido capaz de matar a un niño, sin más, son explicación, sin entendimiento ni parece que remordimiento, frialdad que ni las películas son capaces de mostrarnos, ya no hay que ir al cine para ver una historia de asesinatos, los tenemos aquí, a unos kilómetros, en la misma ciudad, en la misma calle e incluso, en nuestra propia casa.

Sólo por el pequeño Gabriel tenemos que alzar la voz, tenemos que cambiar, levantarnos por lo que verdaderamente importa, si perdemos nuestra condición de personas, nos queda convertirnos en monstruos, en la más absoluta miseria de la sociedad que jamás otra haya conocido.

En nuestro corazón siempre habrá un pequeño 'pescaíto' nadando, recordando que debemos luchar para evitar que pasen estos horrores, nunca sabemos quién está frente a nosotros, qué es capaz de hacer, si es persona o es “eso” que parece igual que los demás, pero es capaz de matar.

Lo cierto es que te deja sin palabras, se escapa al entendimiento humano, es triste que tengamos que comprobar que las alimañas existen y su penitencia nunca es justa, es doloroso saber que ya hemos roto con lo anterior, no puedes confiar, no puedes apartar la mirada de quien te observa, la maldad está aquí, la hacen personas como tú en apariencia, inimaginable. Ya hace tiempo que comenzó la nueva sociedad, la peor de todas y todos nosotros la tenemos que vivir. Hasta pensar que aunque lo que nos depara no es bueno, que nos dejen vivir es un privilegio, si a un niño le arrebatan su vida, ¿qué más tendrán que ver nuestros ojos? Descansa en paz Gabriel, sigue aleteando y nunca frenes, surca los cielos y manda una de esas olas de vez cuando, para recordarnos que tenemos que luchar por cambiar radicalmente lo que está ocurriendo.