Todavía la sangre humea

Han pasado los años y el 11 de marzo se ha congelado entre la sangre que aún humea en los trenes de Madrid. Han pasado los años y una pregunta endurecida como el fuego de los volcanes se enroca todos los años por las avenidas de las ciudades y los campos de España: ¿quiénes idearon, organizaron y ejecutaron la masacre?

Aquellos que desde las cimas de la investigación debieran responder, callaron, mejoraron sus nóminas y fueron premiados con excelentes embajadas y sinecuras judiciales. Los sótanos del mal permanecieron y permanecen. Pero el tiempo no pasa porque la pregunta no cesa de renovarse anualmente, casi al filo de la primavera, con sus raíces más profundas. Desde entonces, han llegado a la presidencia del gobierno los más siniestros presidentes que jamás padeció la historia de la democracia española. Y la pregunta es esta: ¿fue necesario matar a 192 inocentes, con sus secuelas, para tan execrable herencia? ¿No se les fue la mano?

Es estremecedor pensar que en las sentinas del poder aún persistan las sonrisas encubridoras de aquel horrendo crimen. El poema fue escrito cuando la prensa asturiana anunció que un capitán de la policía del poder judicial de Oviedo, estalló en lágrimas ante sus compañeros al ser traicionado en sus investigaciones sobre el 11 M. El poeta no pudo permanecer indiferente.

Si algún día pudiera en tu valor

mojar mi pobre pluma, capitán,

prisiones no tendría el corazón,

desnivel la balanza judicial.

No pueden tribunales ni condenas

persuadir ni vencer la religión

donde Dios es terror de la inocencia

y el suicidio una santa salvación.

¡Pero sí! doblegarla con estrellas,

con el fulgor que alborea en tu galón,

disciplina de luz y resistencia,

Sefarad sin felón, pueblo español.

Si perdimos el viento en la bandera,

la dulzura de la patria secular,

en la mar ondeen lágrimas de guerra

y tu llanto sea nuestro, capitán.