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Los papeles del Pentágono o el papel de la prensa

Un fotograma de la película.

Un fotograma de la película.

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La reciente película de Steven Spielberg, Los papeles del Pentágono, vuelve a evocar la época del periodismo romántico o lo que es lo mismo, aquella en la que en los periódicos de papel se hacía periodismo. Desde la clásica Todos los hombres del Presidente o la más reciente Spotlight no quedaba tan satisfecho con una película que habla de periodismo.

El dilema constante en la película es la publicación de unos papeles confidenciales que certificaban las mentiras de varias administraciones americanas, desde Eisenhower hasta Kennedy, en la información dada al público sobre los efectos, motivo, efectividad y razón de ser de la Guerra de Vietnam. El tema es la disyuntiva entre publicar o perecer, porque si no se publica, como afirma el mítico director Bradlee, no tendremos nada que defender.

El debate se sucede entre el director del rotativo Washington Post, en principio un pequeño diario local, que gracias a este caso y sobre todo a las revelaciones del Watergate unos años más tarde, se consolida como diario nacional, y la editora o responsable del mismo Katharine Graham, quien ha heredado el negocio familiar y debe velar tanto por la tradición de su fundador como por la supervivencia.

Graham debe mantener a flote el diario y la vía de financiación sacándolo a bolsa, proceso que puede chocar en las cláusulas contractuales con un suceso que amenace la estabilidad del diario. Los banqueros aparecen como socios del diario, no del poder (como sucede en la mayoría de los medios actuales) y finalmente apoyan a la editora cuyo papel, interpretado por Meryl Streep me ha llamado especialmente la atención (de Bradlee ya tenía algún conocimiento).

La editora se planta en un mundo de hombres y saca adelante su decisión. “Ben” Bradlee se comporta de principio a fin (por cierto magistralmente interpretado por Tom Hanks) como el legendario, empeñado en “publicar o perecer”, porque si no se publica “no habrá nada que defender”, no sin antes buscar y comprobar las fuentes.

The New York Times se les había adelantado y conseguir los informes confidenciales era como buscar “una aguja en un pajar” ("perdona la pobreza de la metáfora pero hace tiempo que no escribo y estoy oxidado", dice el director a la editora en un diálogo). Buscar, comprobar y publicar. Y al final se logra. Los papeles del Pentágono hablan también de la solidaridad entre la prensa, algo también casi impensable hoy en día. Si un juez federal había vetado al Times publicar informaciones sobre este asunto por seguridad nacional, lo haría el Post, y al final lo acaba haciendo toda la prensa del país. Más magia periodística.

Vuelvo a insistir en el papel de Streep-Graham, la misma que dice “Asumí que las mujeres éramos inferiores a los hombres. Que no éramos capaces de dirigir nada que no fuera nuestra casas o nuestros hijos” se planta con la toma de una decisión en un consejo de administración poblado de hombres. “Nixon odiaba a la prensa, al Post y al Times en concreto, e iba a hacer todo lo posible para cazarnos como fuera" nos relata en sus Memorias. El mismo Nixon retratado al final de la película vetando a cualquier periodista del Post en la Casa Blanca, recordándome a algún presidente del Gobierno español. No paren las rotativas.