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La memoria histórica ni es memoria ni es histórica

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Bajo el rótulo “Historia y memoria de los crímenes y genocidios nazis”, se presentó en Bruselas, en 1992, un texto de Tzvetan Todorov intitulado Los abusos de la memoria. En él se denuncia la carga emocional que siempre conlleva todo lo relacionado con cualquier pasado totalitario.

Advierte Todorov que hay contextos donde la memoria no se opone al olvido, pues memoria significa “conservación”. Y el olvido, “supresión”. Asegura que las interrelaciones entre ellas siempre originan una selección. Se conserva esto, se suprime aquello. En fin, no se muestra la verdad completa, esa que persigue el historiador. El historiador busca relatos bien documentados al margen de sus sentimientos y sabemos que no siempre sucede así. Por ejemplo, el historiador irlandés Ian Gibson declaró que los franquistas habían tenido el suficiente tiempo para enterrar a sus muertos y los rojos muy poco. Por tanto, era necesaria una ley de la Memoria Histórica para remediar el desajuste. Posiblemente le asista la razón en la primera aseveración, pero no en la segunda porque conlleva la intención de denunciar una ideología, como si el mal radicara sólo en ella quedando exenta la otra. La Historia debe abarcarlas todas, lo contrario es pura falacia.

Le gustaba a Gustavo Bueno hablar de totalidades divididas en sus partes internas: partes formales y materiales. Imaginemos un jarrón que se rompe. Los trozos suficientemente grandes que permitan recomponerlo, son las partes formales. Los muy pequeños, microscópicos, las partes materiales. En la llamada Memoria Histórica se pretende hacer justicia a quienes perdieron la Guerra Civil. Justicia que estriba en recomponer al completo un “jarrón histórico” que no puede serlo a causa de su fraccionamiento ideológico. Pues debería abarcar el conjunto de todos los hechos tanto internos, como externos, tanto los nacionales como los extranjeros y otros del pasado profundo con sus rojos, sus azules, con lo que sea. Los casos que desvela la Memoria Histórica son los trozos materiales del jarrón. No pueden recomponer nada la Historia de España. Sólo alimentan anhelos de familiares y de amigos. O viejas pasiones maniqueas terribles e insoportables.

Desde el siglo XVIII, concretamente, desde que escribieron Kant y Christian Wolff, no hubo un filósofo en Europa ni en América que, para la filosofía, haya creado, adaptado y tallado conceptos, acepciones, clasificaciones con tanto rigor como Gustavo Bueno.

No lo hubo ni lo hay que se sepa. Ni Hegel, ni Schelling, ni Husserl, ni Marx. Nadie. Lo cual es mucho decir, pero qu ien conozca el entramado de su obra, lo admitirá. Basta parar mientes en el análisis y clasificaciones que elabora en torno de la idea de nación para obtener una breve muestra: naciones canónicas (las que se forman a la caída del Antiguo Régimen: Inglaterra, Francia, España, etc.), nación biológica, nación étnica, nación histórica, nación política. Esta clasificación es progresiva y acota ideas que se van fundamentando con claridad y acaban subsumidas en el marco general de la idea de nación política atribuida a España. En fin, clasificación de riguroso contenido histórico que borra de raíz el error tan temido por algunos padres de la patria, a saber, el Título Preliminar, Artículo 2 de la Constitución de 1978 en alusión a las nacionalidades y regiones que la integran. Sólo existe una nación política, España.

España ni es un mito, ni un nacionalismo, ni tampoco puede ser discutida ni discutible, como proclamaba el siniestro Zapatero, porque no es una opinión ni una teoría, ni nada parecido. La nación política española es un hecho. Un hecho forjado por todas sus regiones principalmente durante la guerra contra Napoleón. Fueron los diferentes pueblos de España quienes con su sangre impusieron su soberanía, no la Constitución, ya que la mayoría de la nobleza los había dejado solos luchando contra el ejército más poderoso del mundo. No puede haber españolismo como tampoco inglaterrismo. Hay la idea de una nación llamada Inglaterra, hay la idea de una nación llamada España. Y como es una idea, muy filosófica, y no un cuento, que no nos cuenten más cuentos, porque España viene de muy lejos y sabe todos los cuentos. Los cuentos de la Leyenda Negra, los cuentos de la TV3, los cuentos de los criollos bananeros y sus serviles españoles bien pagados, los cuentos de los curas desafectos, los cuentos de tanto tétrico tribuno parlamentario, los cuentos de mamelucos islamistas, los cuentos de una izquierda que ha perdido la imaginación y degeneró en secta, los cuentos de una derecha ensombrecida por un pusilánime liderazgo, los cuentos del papagayo historiador. Para todos ellos, para tan inclemente orbe de súcubos distorsionadores: viva el Rey, viva la Reina, vivan más de una centuria, viva el pueblo soberano y la Princesina de Asturias. Sea.