Blog del suscriptor

Yo diplomática no. Soy actriz

  1. Blog del suscriptor
  2. Opinión

2018 arrancaba con la polémica cabalgata vallecana de la diversidad y un debate absurdo sobre si La Prohibida, entre otras, era un agente higiénico al que pasear entre pajes y caramelos. 2018 y la higiene social, ¡yas! El sentido de la sanidad parece ser uno de los temas estrella en el ranking de preocupaciones del ser humano español.

Siguiendo ese paradigma a nadie ha de molestar que, ya superado el arranque del año e inmersos en las galas de premios a la profesión más perturbadora de todas, la reivindicación vuelva de nuevo a escupir su saliva de éxito sobre la máscara dorada de los Feroz o el cabezón goyesco que Candela Peña dice adornar con pestañas cada vez que se lo lleva a casa y deja tras de sí el reguero de críticas por quejarse de lo-que-quiera-ella-quejarse. Yo diplomática pues no; soy actriz.

Este año, 2018, viene además con tema estrella y espinoso. Porque espina, y mucho, confirmar que la mayoría de las actrices sufren acoso para poder hacer carrera en la cultura, aquello que Alfred Kroeber, decano de la antropología americana, llamaba lo superorgánico y lo enfocaba como único objeto de estudio en la evolución de las sociedades. Sociedades para las que el feminismo resulta más tóxico que higiénico y que basan toda crítica en que una gala de premios no es el lugar.

Y no, no es el lugar para las estrategias reivindicativas que tan sólo se centran en el símbolo o en la fotografía. La decisión de que los pasados Feroz los entregasen exclusivamente mujeres, bien vestidas y adornadas, frente a tanto macho alfa que financia mayormente películas para hombres, parece más bien una protesta clasicista y anquilosada en épocas donde ser progresista era una obligación.

La post-modernidad, entendida como lo que viene después de la modernidad, exige otro tipo de respuestas a problemas que apenas han evolucionado desde el medievo. Porque el feminismo de pestaña y tacón ya sólo sirve para crear hashtags y banderas de colores en Facebook y, puestos a crear nuevos símbolos, resulta más eficaz el burka por desamor de Ágatha que cincuenta actrices juntas cuyas apariciones serán valoradas en páginas de moda que juzgarán sus estilismos a través de ránkings donde toda ética periodística consiste en clasificarlas según su belleza; como a las vacas en las ferias de ganado asturianas.

Quizás lo inteligente, ahora que Santa Prohibida de España ha repartido caramelos en la víspera de la epifanía de reyes sería justamente lo contrario; pedir a todos los hombretones del cine que suban ellos a entregar los premios, que no les acompañe ninguno de los pivonazos patrios y analizar después, como ejercicio ético, el interés mediático de una gala donde los escotes se quedaron en las butacas y el aburrimiento en forma de smocking fue quien defendió, definitivamente, que cosificar al ser humano es el primer argumento para validar cualquier tipo de abuso.