Mi exacerbado sentido del ridículo mezclado con una timidez codificada en el ADN de mi apellido ha provocado que nunca, y lo digo absolutamente seguro, haya salido de mi boca un piropo a una mujer que no conociera, por muy agradable a la vista que me resultara.
La Junta de Andalucía publicita una campaña en la que se criminaliza una costumbre que, más allá del condenable uso soez y hasta irrespetuoso de algunos, continúa usándose y manejándose por emisores y receptoras.
“Ayúdanos a que la fauna callejera se extinga”, reza el eslogan de un vídeo en el que una mujer se cruza con muchos hombres que le ladran, acosan y hasta agreden sexualmente. Parece que los miembros y miembras de estas instituciones viven en un mundo que yo no he vivido. Yo no veo a diario esas dantescas escenas propias de documentales con rituales de apareamiento de animales salvajes, y paso muchas horas en las calles de Sevilla.
Siendo el hombre, como parece desprenderse de este vídeo, un ser acosador e irrespetuoso por naturaleza, parece que para los ideólogos del vídeo lo correcto si tienes la mala suerte de ser varón es bajar la cabeza si te cruzas con una mujer, o como mucho, lanzar una reverencia con los ojos cerrados.
Con cerdos, pulpos, búhos y otras especies de la fauna se compara a todos los hombres que han vivido pensando que piropear o mirar a una mujer no tenía nada de malo.
De un análisis extra demagógico y apartado de la simpleza electoralista, se detecta una actitud extremadamente proteccionista para con la mujer, ello pone de manifiesto una creencia de invalidez social de la misma a la hora de gestionar que un hombre pudiera mostrar sentirse atraído sexualmente por ella, siempre dentro de unos límites razonables basados en el respeto y la educación.
Y ahora demos la vuelta a la tortilla que ya huele a quemado: ¿qué sucedería si ella misma pudiera sentirse atraída por un hombre o una mujer y le mostrara física o verbalmente dicha atracción?, ¿sería una cerda, una lechuza o una “pulpa”? El norte, señores y señoras.