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La ilusión

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Siempre me machacaron con aquello de la fe, la esperanza y la caridad.

Seguro que para todos nosotros, que nacimos sin pedirlo, que no tuvimos posibilidad de elegir el sitio y que no pudimos asegurar los posibles daños que íbamos a recibir de una sociedad no seleccionada... Seguro que para todos nosotros la fe, la esperanza y la caridad son y seguirán siendo por mucho tiempo remedios afectivos para vivir con cierta serenidad franciscana

Algo falla en todo ese razonamiento cuando la infancia, generadora de vida, no posee ninguna de esas virtudes y, sin embargo, mira con ojos llenos de luminosidad su mundo.

Creo que la respuesta es muy sencilla y muy trascendente; la infancia tiene una cosa que los adultos hace mucho que despreciamos: ilusión.

La ilusión de los niños hace soñar, consigue tocar las nubes, regala garabatos de historietas... La ilusión de los niños no necesita fe, ni esperanza, ni caridad... La ilusión de los niños conquista felicidad, recrea mundos de ensueños, abraza con dedos sin fin, regala imaginación, luces, sonrisas de papel de mil colores...

Los niños son felices porque sentados sobre realidades no elegidas piensan que el mundo entero es suyo y que al abrir sus ojazos todo se convierte en ilusión.

Nosotros los adultos, pensamos que lo que no se palpa genera duda... pensamos que si algo no se tiene quizás no lo tengamos nunca... pensamos que el prójimo es el competidor interesado más próximo.

Nosotros los adultos despreciamos la ilusión, por eso, egoístamente, creemos y esperamos que la providencia social nos atienda caritativamente, no con ILUSIÓN sino con chequeras paternalistas. ¡Ojala volviéramos a nacer sin pedirlo y en compensación nos regalaran ilusión! Seguro que seríamos más felices.