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Veintitrés gotas

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Era un día oscuro, hacía frío, la lluvia llamaba a las puertas del cielo para intentar caer con fuerza… Pero estaba acorazado. La fuerza de las gotas sólo hacían ruido, querían salir, nada más. Eran veintitrés las gotas que querían dejarse caer del cielo, pero ninguna cayó…

¿Cómo te sientes al arrebatar la vida a alguien? ¿Quién da derecho? ¿Quién es el que lo ordena? Tantas preguntas rondaban mi cabeza, quería preguntar tanto, entender qué había pasado, por qué pasó y sobre todo, si aquella que iba a estar enfrente mía me sorprendería con su respuesta. No fue así.

Cuando notas que la lluvia te moja, abres los ojos, estas mojado y frío, toda la impulsividad y todo el odio se convierte en palidez, en congelación, en miradas perdidas y en mirarte a un espejo para que éste te recuerde lo que has hecho. No hay voces ni tampoco remordimiento, hay una situación de armas y gritos, de odio y casi diría que fascismo, una mentalidad que te arruina la vida.

El paso de 23 años en la cárcel por 23 gotas de lluvia escondidas en una nube a las vista de todos, una nube de esas que al mirar al cielo se encuentra tapando el sol, esperar a que se difumine o esperar a que jamás se aparte. Resignarse a morir o vivir, ¿qué más da? La vida en la cárcel puede ser una muerte en vida, un colapso de sensaciones y acciones frustradas, de aquellas como ver la televisión a la hora que te apetezca, de poder pasear o irte de vacaciones a contemplar el mar… No hay nada.

¿Qué más daba todo?

¿Puede que fuera por algo que en el momento daba sentido a su vida? ¿Puede que haya sido esa búsqueda de emoción? Sí, esa que muchos buscamos, de otro modo, para que la vida tenga sentido, para hacer algo distinto y muy importante, algo que signifique algo, que nadie te olvide. No puedo explicarlo, no hubo tiempo a llegar a estas preguntas, éste entender, esa sensación de tener enfrente tuyo a 50 centímetros de distancia a una persona recién salida de la cárcel, que ha sido muy famosa en los vagones de metro de Madrid que llevaban su cara pegada, daba terror, miedo, ganas de huir, era lo que nos aportaba en aquellos años, porque igual que lo hizo, y lo seguía haciendo con otras personas, la próxima podrías ser tú.

No daba pena, ni tampoco nadie sentiría empatía, nos provocaba rechazo, como ahora al salir de la cárcel, escondida en un remoto lugar de Guipúzcoa, con aquellos sueños de ser una futura cuidadora de perros, de pintar cuadros, de vivir… ¿Cuál fue mi sensación?

Una decepción profunda, lo era igualmente, pero tras el arrepentimiento, a veces las personas esperamos que sea verdadero, la víctima puede que espere una explicación, un pequeño atisbo de humildad, de humanidad, de saber si se acuerda o no de los que se llevó a punta de pistola. Por descansar, por curiosidad, por tener cerca esa imagen que durante tantos años dio miedo, una persona opaca, oculta y con la visión de una vida que no volverá, que puede que haya desperdiciado, puede que ese haya sido el alto precio, perder tantos años como los edad que tengo, sólo haciendo una rutina impuesta, vivir para nada.

Sólo quería saber si aquella persona que tanto daño causó, sentía, si mirar a los ojos era lo mismo que mirar para mi, la respuesta para mi fue una especie de extraterrestre enclaustrado en unos pocos metros cuadrados, con la mirada fija, con ganas de hablar y a la vez con miedo, aquel que causó durante tantos años a tanta gente. Por eso, salió huyendo, esclava primero de una organización terrorista, más tarde de una vida entre rejas, y ahora esclava de un miedo de esos que te hace tiritar, ese que hace que de los ojos caigan lágrimas, se empañe el mundo, no hay modo de verlo de otra manera, sólo aquella que te cuenten y te lo tienes que creer.
¿Qué esperar? Nada. No hay nada que hacer, las oportunidades pasaron, los años han conseguido que aquellas 23 gotas de lluvia sigan observando hasta los 53 años que ahora tiene esa pobre alma en pena que ha quedado de tal asesina a la que temíamos.

Mi experiencia fue un temblor de piernas exagerado, al acercarse un miedo tremendo que pone los pelos de punta, corazón latiendo como cuando tocas una batería, de todo lo que ya sabemos de ella, no sabes que esperar, y así fue. Yo esperaba un persona verdaderamente arrepentida puede que con un lenguaje profundo de los que calan, sin embargo sólo vi la verdadera decadencia humana, puede que como si de un toxicómano al borde de la sobredosis se tratara, estar por estar, un sin sentido. Al final las 23 gotas cayeron, están en una hoja de un árbol cerca de donde vive aquella alma, todas juntas, esperando que con el frío se congelen, volver a evaporarse para que algún día vuelvan a caer. Esa es la triste y dolorosa vida que le queda a Idoia...