Opinión

Y dicen que no son españoles

Dos encapuchados queman la bandera de España, de Francia y de la UE.

Dos encapuchados queman la bandera de España, de Francia y de la UE.

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Hay españoles de todo tipo y condición, “como en botica”, pero lo cierto es  que cuando uno se aleja y ve el cuadro a la distancia correcta los trazos difusos definen perfiles que, cualquiera que nos conozca un poquito, asociará a la identidad española. Igual que los hermanos pueden ser muy distintos y verse a sí mismos como muy diferentes pero los de fuera dirán: “Pues os parecéis mucho más de lo que creéis”.

Si el perro y el amo tienen sus parecidos y dos que duermen en el mismo colchón acaban de la misma condición, no es extraño que los que llevan siglos siendo la misma nación tengan esos puntos que conforman una semejanza física, psicológica y por supuesto cultural. De hecho los portugueses que decidieron marchar solos hace un tiempo sí tienen otro ritmo, otra medida. Este verano viví un suceso en Portugal que me llevó a esta reflexión. Íbamos por una pequeña carretera y 4 coches por delante se cayó un árbol de grandes dimensiones sin provocar daños pero bloqueando por completo el paso en ambos sentidos, en menos de 10 minutos, sin una voz más alta que la otra, sin necesidad de ningún servicio de emergencia, colaborando entre unos pocos, el árbol se había retirado parcialmente y se había reanudado la circulación, muy intensa en ese momento por coincidir con la vuelta de la playa un domingo de agosto.

Nuestro primer comentario fue decir, de buena nos hemos librado, y después valorar esa capacidad de solucionar los problemas sin llevarse las manos a la cabeza, sin discutir: ¿por qué lo haces así? ¡Anda. Déjame que ya lo hago yo! ¡Pero cómo vas a tirar con tu coche que el mío es más potente! ¿Les suena esta música?, es la de los veranos, otoños, inviernos y primaveras de esta España que milagrosamente  un día decidió no discutir y hacer una transición sin aspavientos. Aunque quizá nos fue tan bien esa transición que como dice la hija de una amiga: me sale todo tan bien que no aprendo. Nos salió tan bien, que condenó al ostracismo a la protesta dialogada pero contundente y sin paños calientes. Para colmo, el franquismo en su caída arrastró la idea de España que había hecho propia y con ella todo el contenido valioso construido a lo largo de la historia.

Y hoy, de remate,  con estos vientos bobalicones de lo políticamente correcto que sacuden el planeta, nos vemos con todas nuestras discusiones sobredimensionadas y buscando ser apaciguadas no por la razón crítica, sino por el complejo de no parecer fascista al ejecutar las leyes aunque hayan sido establecidas democráticamente y, a la vez, sufriendo el “no exagere Señoría” del machismo más marichulo que diría Montero asociado a ese desprecio que se genera entre españoles cuando alguien parece despuntar sobre otro, por los que se creen estar por encima de los bárbaros españoles. Vejados por los despropósitos de unos discapacitados espirituales que anteponen su obsesión separatista a cualquier sentimiento de dolor por las muertes en un acto terrorista que conmociona al mundo, exalta a los agresores y, a estos totalitarios, les sirve para caldear su pócima dirigida a sublimar la visión arcaica y corrupta de su independencia.

Para retener este espíritu nuestro en la contención del diálogo  constructivo se tiene que trabajar mucho la educación y se ha hecho justo lo contrario, atacar los márgenes de la libertad salpimentando de diferencias hueras y revestidas de odio hacia el resto de los españoles.

No hay razones históricas, no hay razones culturales, ni por supuesto raciales para defender la independencia catalana, tienen peculiaridades como cada dedo de la mano, pero  un dedo aunque sea trasplantado a otra mano seguirá siendo de la primera. El mayor peligro es que no prenda el trasplante y el dedo sea tirado a la basura.