Aquí no hay quien viva

Foto del equipo de Aquí no hay quien viva.

En una calle perdida del barrio de Carabanchel bajo se encuentra la famosa calle Desengaño 21, donde está el edificio donde se inspiró la conocida serie de televisión Aquí no hay quien viva. Aquella serie nos dio las historias más insólitas y divertidas de la televisión. Nos reíamos del día a día de sus protagonistas: del portero llamado Emilio, del pesado y resabido presidente de la comunidad y con las típicas viejas pegadas todo el día en la mirilla, pero, ¿seguro que sólo era ficción?

Os voy a describir mi hogar parte por parte, o mejor dicho piso por piso. De abajo a arriba. En cuanto entras por el portal das con el bajo ocupado con un drogadicto que parece que ha nacido con la cerveza en la mano. Este hombre ha pasado sus vacaciones en la cárcel, en la calle, vendiendo vete tú a saber qué... Es un hombre que sólo necesita su gran amiga la lata de cerveza, tanto la quiere que a veces incluso nos pide dinero a los vecinos para comprar cerveza en el chino de al lado de casa. ¿Pagar la comunidad? ¿Eso qué es?, parece preguntarse. Es tan peculiar que cuando murió su perro lo enterró en un pequeño barrizal de nuestra calle, tan pequeño que no mide más de 15 cm, donde hay plantas que riegan cuando vienen los encargos del Ayuntamiento. Enterró allí al perro y le puso una cruz con dos palos en la tierra. La gente que pasaba por la calle se paraba a mirar qué era eso, parecía algo demoníaco. Aunque, bueno, se va reinsertando poco a poco. No tiene trabajo conocido ni se le espera, acumula deudas, tiene a su cuidado un niño pequeño y mete en casa a una mujer, que nadie sabe de dónde sale, para echarla a empujones día sí y día también.

El otro bajo es como la casa de Los Otros. A veces viene gente, pero nadie sabe bien de dónde salen, supongo que son amigos del bebedor de cerveza. En este piso vive una pareja de góticos. Son un par muy curioso, un día me los encontré volviendo a casa, me sorprendió que la gente que pasaba a nuestro lado les miraba los pies y no la cara, cuán fue mi sorpresa cuando al mirarles los pie me di cuenta de que iban descalzos, ¡por la calle! Ambos iban completamente de negro, ella con las uñas de los pies a juego y él casi porque sus pies no tenían muy buena pinta. Así van por la vida, descalzos, para estar en contacto con la tierra...

En los primeros pisos el panorama no es mucho mejor. En uno de ellos vive un padre de familia alcohólico, al que no es raro encontrarse durmiendo en mitad de las escaleras, hay que pasar por encima suya, pero tranquilos, ni se inmuta. Tiene dos hijas y un hijo, a este último se lo llevaron hace unos años los servicios sociales, pero ya está de vuelta puesto que ha cumplido la mayoría de edad. Además, viven con él dos nietos, hijos de su hija. Hasta donde yo sé tienen dos perros, aunque quizá sea mejor hablar en pasado porque desde hace meses no se les oye. Del piso donde viven sale un olor putrefacto que echa para atrás, aunque ya ha venido Sanidad dos veces para sacar la suciedad que acumulan no ha dado resultado. Sospecho que el padre tiene alguna especie de síndrome... Tampoco son amigos de pagar las comunidad, más bien lo son de engancharse a la luz y manipular los contadores. Además, tienen la manía de dejar las puertas del portal abiertas siempre, deben de pensar que somos Welcome Refugees o algo así.

En el otro primero se encuentra la única e inigualable presidenta de la comunidad. Una mujer que parece analfabeta, que tiene una peluquería clandestina en su casa, al marido en el paro... y mejor no hablar de sus timos. Vive enfrente de ese olor insoportable, afirma que no se queja por miedo, pero averigua por qué es, mientras tanto tenemos que quejarnos los demás. Ella y su marido son la viva reencarnación de Juan y Paloma Cuesta, salgas a la hora que salgas o vuelvas a la que vuelvas siempre abren su puerta y comenzarán a hacerte preguntas, siempre andan con lo mismo: "Ah, ¿pero sigues trabajando?". Los dos están todo el santo día pegados a la mirilla.

En la segunda planta vive en un piso una mujer mayor que nunca da problemas, pero en el otro habitan una familia compuesta de madre, hija, hermano y perro. Ninguno tiene trabajo conocido. El hermano es yonqui, ella parece que alguna vez fue vigilante de metro, pero vete tú a saber. La pobre madre mayor que casi no puede andar es la encargada de hacer la comida, la cena, limpiar, sacar al perro, hacer la compra... Encima la hija le habla todo el día a voces, ¿que por qué lo se? Porque en mi cocina se oyen todos los días sus voces, por la mañana, por la tarde, por la noche... Hay quien cuenta que han tenido durante 20 años al hermano en una habitación encerrado. 

Los fines de semana les encantan, a las siete de la mañana empiezan a gritar y el perro comienza a ladrar, ladrar y ladrar. En verano los habitantes de este segundo y los del primero se sacan las mesas y las sillas al portal, a veces también sacan una televisión que enchufan en un enchufe de la comunidad, electricidad que pagamos los dos que seguimos al día con las cuotas.

Todo esto ocurre en un edificio de protección oficial. Un edificio que contiene pisos regalados por la cara a estos vecinos, a una porque venía de familia gitana, a otra porque era familiar de un militar... Viven por la cara y seguirán viviendo por la cara, por su cara tienen que venir Sanidad y la Policía una y otra vez. Os podría contar tanto... Pero una al final se resigna y entiende que eres tú quien se tiene que buscar la vida y marcarse, porque con este tipo de gente no se puede convivir por mucho que el Estado se empeñe.