Es muy fácil averiguar lo que hubiera sucedido con el presidente de la Comunidad Autónoma murciana si Ciudadanos no existiera: continuaría en su puesto, al igual que hubieran continuado Chaves y Griñán en sus escaños.
Si el PP ha obligado a su dirigente a dimitir, lo es única y exclusivamente por la presión judicial, mediática y por supuesto política. Esta última ha sido protagonizada por Ciudadanos, que obviando los intentos de aprovechamiento de otros grupos políticos para hacerse con el poder, ha obligado a un partido muy tolerante con la corrupción a tomar una decisión contra su propia naturaleza.
Mucho se ha escrito de la utilidad de un partido como Ciudadanos que, con una lucha titánica, está incluso consiguiendo que los viejos partidos mejoren su forma de hacer política.
Es fácil imaginar que este partido, de haber llegado al poder, hubiera podido ejecutar políticas de futuro y progreso que muy probablemente hubieran provocado cotas de progreso nunca experimentadas en nuestra democracia. Son hechos como el que nos ocupa los que muestran con claridad que el único objetivo de este partido es la creación de una sociedad que no se avergüence de sus dirigentes y les detecte como la solución a sus dificultades, no como el más importante de los problemas.
Ahora Ciudadanos se plantea seriamente el apoyo a un Partido Popular totalmente acorralado por la corrupción. Incluso va a comenzar a mirar con lupa a cada uno de los dirigentes azules, pues algunos comienzan a sudar frío tras la entrada en prisión de Ignacio González.
Cifuentes tuitea sin descanso para intentar desvincularse de Nacho, (explicatio non petita...), y Rajoy calla mientras es citado a declarar como testigo en otro de los procedimientos.
Ciudadanos ha decidido con muy buen criterio usar aquella máxima que habla de que "cuanto más te miro, mejor te comportas".