Opinión

Amanecer sin literatura

Fotograma de la película En Busca de la Felicidad.

Fotograma de la película En Busca de la Felicidad.

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Desayunar que el Gobierno que administra la nación de Cervantes pretende retirar de las aulas la asignatura de Literatura Universal, requiere poso, templanza, contención, y no creerte del todo que te gobiernan auténticos monstruos. La verdad, llama la atención que no prescindan de la asignatura de historia -al menos la de este solar patrio, en donde se estudiaba el sexo de los ángeles cuando la Europa ilustrada, por su parte, andaba más metida en física y filosofía-, pues, prescindiendo de la historia, nuestros aguerridos políticos se librarían del juicio que posteriores generaciones de españoles podrán realizar sobre ellos.

Que no quiten la asignatura de Historia demuestra su vanidad. Piensan que sus excrecencias no serán tenidas en cuenta, creen, los muy cretinos, que ese glamour que los encarama a la cresta de la ola del momento que viven esconderá la farsa. El glamour siempre ha valido para esconder lo perverso, pero solo mientras la fiesta no se desvanece. A Cenicienta, aunque en otro sentido, le pasó igual. Ese glamour no dura muchas décadas y la historia, afortunadamente, no es el programa de Bertín. Todos sabemos lo que Carlos IV o Fernando VII hicieron en aquellos gloriosos veranos suyos. Hasta nos resultan grotescos. El relato de las últimas décadas de la historia política española podría titularse Alí Babá y los cuarenta ladrones, porque aquí no se trata de Robín Hood. Nadie viene a robar para nosotros, que somos los que apechugamos con los costes de todo ese desmán. A pesar de que nos roben la Literatura, nuestra historia tiene un título literario.

Decía Ortega que la sociedad medieval reflejaba su inmovilismo en el hieratismo de sus personajes. Cada estrato social escenificaba un retrato fijo y cada miembro de ese estrato no se salía del guión. Vivir era una suerte de estar encorsetado, y eso es lo que pasa a todas las sociedades que, como la nuestra, no son libres. Sin embargo, la historia, afortunadamente, es la literatura que narra la vida real y uno, cuando está en el escenario de su presente, debe saber si está representando el papel de un héroe o el de un villano. La convulsa y agitada historia de este país no merecía pasar por todo esto, pero ésta, y no la otra, es la literatura que escriben estos villanos, una literatura pobre, anquilosada en siglos de relatos de caciques.

¿Qué hubiera sido de lo salvífico sin la Pimpinela Escarlata? O, mejor, aún, ¿qué hubiera sido de nosotros si no hubiéramos leído alguna vez que hay personajes que simbolizan lo mejor de nosotros mismos frente a los poderosos? Yo hubiera vivido mucho peor sin el canto de Hamlet, ese canto reflexivo y melancólico que estos señores quieren retirar de las aulas pero que, sin embargo, me mostró el camino para retirarme a mis adentros y reflexionar -Ser o no ser, y, si ser…, seguir soportando al tirano, las mil patadas que el mérito recibe del injusto, el desprecio del soberbio, el mal de amor, la dilación de la justicia-.

Los grandes literatos de la humanidad han vaciado su sufrimiento escribiendo. No en otra cosa consiste escribir que en vaciar ese dolor hiriente que la vida nos inyecta. Frente al poder despótico que a veces nos toca padecer, siempre podemos recurrir a un literato. Si yo puedo recurrir a Hamlet porque me siento solo en este país asocial y desvertebrado, una víctima de violencia de género puede leer Otelo para comprender de dónde proviene ese apetito posesivo de los hombres. ¿Quién podrá empatizar con los débiles si no lee Los Miserables de Víctor Hugo? ¿Cómo podremos afrontar la marginalidad de las sociedades técnicas desarrolladas sin no leemos a Dickens? ¿Quién, si no lee a Oscar Wilde o, si, a lo sumo, no sabe de su existencia, o la de Byron, podrá conocer que, frente al encorsetado Racionalismo, podemos oponer esa chispa alocada y díscola que supuso el Romanticismo del XIX? Pero, ¿cómo podremos saber que además de Occidente hay otras culturas cuya epopeya, por ejemplo, consta en libros universales como el Mahabharata, en el caso de la India, o en la Ilíada o en la Odisea, como es el caso del mundo Antiguo?

Sin literatura no somos nadie porque no tenemos la memoria fiel de nuestro pasado. Lo que somos. Y para leer, hay que coger afición y tener referencias desde niños. Todos podemos prescindir de estos politicastros que han venido a administrar para sí mismos una de las épocas históricas que podría habernos dado más. Son tan egoístas que nos quitan el consuelo de saber cómo se libraron de ellos los grandes escritores del pasado. Es la última cacicada. No sé si la menos digerible. Al cabo, el dinero se repone, pero el saber perdido nos sumerge en la oscuridad.