Trece años después del terrible segundo jueves de marzo de 2004 todo es más de lo mismo para los que impusieron un relato que no explica la peor masacre que sufrimos. Ni les importa que policías que ocuparon cargos de muchísima responsabilidad crean que el principal acusado es inocente, ni les conmueve que centenares de víctimas insistan en que no les ofrecieron la verdad. Cosa juzgada. Mejor dejarlo así. ¿Por qué van a cambiar si solo dos medios de comunicación –éste y Libertad Digital- y un francés más de izquierdas que La Pasionaria denuncian que Jamal Zougam puede estar preso gracias a que fue condenado con pruebas falsas?
¿Dormirán tranquilos? ¿Qué policía, fiscal, juez o periodista que haya investigado la masacre puede no dudar de la bomba que sirvió para detenerlo y sin la que no existiría la versión oficial del 11-M? Ya han pasado trece años, ya ni el PP ni el PSOE perderán o ganarán unas elecciones por la masacre, ¿no creen que llegó la hora de la verdad? Ni Ciudadanos ni Podemos existían entonces, ¿qué pueden cambiar si ni siquiera preguntan por qué los que pudieron nos dejaron un relato más falso que un dólar de madera?
¿Dónde y cómo vamos como nación? ¿Qué esperar de los millones de españoles que dudan de lo que nos han contado y no exigen un relato creíble? ¿Cómo podremos respetarnos a nosotros mismos si callamos ante lo que consideramos patraña?
Los que perdieron a sus hijos en los trenes merecen la verdad. Ya pueden pasar trece años o cien, como sociedad se la debemos los que no despreciamos el sufrimiento ajeno y no nos dormimos masticando una farsa. Ya llovió y ya escampó, pero no quisiera estar en la piel de los que saben que su relato es falso y se escudan en que el fin justificó sus medios. Si les cuesta dormir, y al menos a unos pocos les costará, ya saben por qué