Opinión

Alteza, de Estoril siempre se vuelve

La infanta Cristina, por las calles de Barcelona

La infanta Cristina, por las calles de Barcelona Gtres

Falló la Audiencia de Baleares en beneficio de la monarquía, de la estabilidad y del derecho, y condenó en efigie a un pobre valido que aun tendrá que digerir el marrón de seis años y tres meses de cárcel por delitos de prevaricación, falsedad en documento público, malversación de caudales públicos, fraude a la administración, tráfico de influencias y delito contra la hacienda Pública.

Que capacidad de delinquir la de este deportista del Barcelona que en los noventa metía goles con la mano. Ni el duque de Lerma, el conde Duque de Olivares o Godoy hicieron tanto en tan poco tiempo. Su ascenso a los cielos y descenso a los infiernos será digno de estudio en las escuelas de negocio cuando todos hayamos muerto.

Quienes con este fallo creen a salvo el reino alzan hoy la voz en un orgasmo repetido de felicidad propio de quienes por ahora evitaron la guillotina. “La Monarquía está a salvo, alvo, alvo alvo...", escucho cantar desde mi ventana a este coro de los peregrinos que viene por la carretera de El Pardo con ánimos de cruzar España.

Los medios cortesanos dicen que triunfó el Estado de Derecho. La casa del Rey -aun bajo el estigma del anterior monarca- predica con obviedad: “respeto absoluto a la independencia del Poder Judicial”. Y siguiendo la costumbre más cruel y española, nadie recordará en unos días a quien ha de comerse el gran marrón de la monarquía, por qué de eso se trata: olvidar a toda prisa y continuar con la marcha al son de mil fanfarrias.

¿Qué habría sido de la Infanta de España doña Cristina de Borbón caso de ser condenada a penas de cárcel? En otros tiempos no menos oscuros pagaría sus pecados en un lóbrego convento de Tordesillas. Hasta hoy, su condena ha sido familiar. Su hermano, el rey Felipe la repudió públicamente, y a la vieja usanza del absolutismo de sus antepasados la despojó del título de duquesa de Palma. Desde diversas instancias se le aconseja -incluso ahora- la conveniencia de renunciar a los derechos dinásticos. La solución a los problemas legales repetían los acólitos pasaba por el divorcio. Ahora, como con Iker Casillas, le espera un exilio dorado en Portugal.

Entiendo el rechazo de doña Cristina a la miserable pretensión de renuncia a los derechos sucesorios que condena también a su hijos, como comprendo el interés del monarca por modificar la Constitución y hacer reina a la niña Leonor. Quizás, algún día, por muy descabellado que pueda parecer Juan Valentín Urdangarin y Borbón reine en este reino de encantamientos. ¡No sería de extrañar! A lo largo de la historia de la monarquía española hemos visto cosas más inverosímiles; sin ir más lejos que la mujer del un rey sea nieta de taxista aduciendo la modernidad de esta rancia institución, o que el hijo arrebate la corona al papá siguiendo indicaciones de un dictador. En España, el escalafón del trono ha corrido sin miramientos por casamientos desiguales o estupidez congénita mucho antes de que Castilla y Aragón fueran una, y si de algo puede vanagloriarse la monarquía es de la amnesia congénita con la que los españoles olvidan todo lo que no duele.

Conviene recordar que de no modificarse el Art. 57 de la Constitución del 78 -el que legitimó que Felipe fuera príncipe de Asturias discriminado a la infanta Elena, hija mayor del Rey Juan Carlos, debería continuar reinando un varón, y el primero en la lista es Froilán hijo de la Infanta Elena -el que se pegó un tiro en el pie-. y el segundo en la lista es Juan Valentín, hijo mayor de la Infanta Cristina e Iñaki Urdangarin y aunque los tiempos creemos que han cambiado, las guerras de Sucesión están a la vuelta de la esquina. Por menos motivos fuimos fieles a la Beltraneja o nos hicimos carlistas.

Repitiendo la vieja costumbre familiar doña Cristina vivirá en Portugal un exilio dorado alejada de la Corte bajo el auxilio de papá y el gran paraguas protector del Agá Ján pero Alteza, no desespere. Recuerde que de Estoril siempre se vuelve.