Tinder es una aplicación sociológicamente fascinante. Una metáfora de uso tan sencilla como desplazar una ficha con el dedo hacia la derecha o la izquierda en función de si la persona te resulta atractiva o no, se está convirtiendo en un catalizador de cambio de hábitos de una generación, que ve en ella una especie de reedición de la revolución sexual de los ’70.

Cuando dos personas desplazan sus respectivas fichas a la derecha, la app ofrece un canal de comunicación para que puedan hablar, lo que supone un atajo que permite partir de una posición mucho más avanzada. Ello genera patrones de todo tipo: desde personas para quienes esa coincidencia supone una oportunidad para conocer a alguien, hasta otras que lo ven directamente como la expresión digital inequívoca de un deseo horizontal, poco menos que quedar para irse a la cama sin más preámbulo.

Entre jóvenes norteamericanos, por ejemplo, es relativamente habitual que el uso de Tinder se reduzca a entrar en la app y desplazar a toda velocidad todas las fichas hacia la derecha hasta alcanzar el límite diario sin siquiera mirarlas, con el fin de maximizar la probabilidad de una coincidencia: un auténtico “me vale todo” digital.

Convertir las relaciones en algo tan superficial como juzgar, a partir de una fotografía y una mínima descripción, si una persona te resulta o no atractiva resulta, según algunos, muy liberador. Los usuarios de Tinder superan los sesenta millones, generan más de veinticinco millones de coincidencias diarias y, aparentemente, funcionan con una mecánica prácticamente adictiva que genera patrones de uso perfectamente predecibles.

¿Naturalidad y desinhibición? ¿Reedición digital de Sodoma y Gomorra? Al margen de juicios morales sobre algo que algunos consideran una trivialización de las relaciones o del sexo, parece claro que nos encontramos ante un fenómeno que va mucho más allá de este ámbito. Explotando la misma metáfora y su simplicidad han surgido ya clones de Tinder para todo tipo de preferencias sexuales, pero también para muchas otras cosas: para encontrar restaurantes, para adoptar mascotas, para encontrar apartamento, para comprar zapatos, para buscar trabajo o para poner nombre al bebé que estás esperando. Hay hasta un meta-Tinder, un Tinder de Tinders, en el que mueves el dedo a la derecha si la idea de un Tinder aplicado a lo que sea te parece buena. Ideas de todo tipo seguramente destinadas al fracaso, pero que no dejan de ser sintomáticas. Pronto, seguramente, un Tinder para la política. Aunque tal vez el problema sea, precisamente, que la política lleva ya tinderizada mucho tiempo...