La sociedad actual tiene un problema: sus conocimientos de tecnología son insuficientes para entender situaciones y problemáticas que se generan con su uso, y recurre a intentar - fallidamente - analizarlas con bases inadecuadas.

Esto ocurre, por ejemplo, con el cifrado. El concepto de cifrado parece simple: tecnologías con miles de años de antigüedad, que utilizaban la transposición o la sustitución. Todos hemos leído cómo los alemanes utilizaban su máquina Enigma en comunicaciones militares, y cómo se calcula que la ruptura de sus códigos por los aliados contribuyó a acortar el conflicto hasta en dos años.

El problema es que ese estadio tecnológico que la mayor parte de las personas sin conocimientos de criptografía - es decir, la inmensa mayoría - tiene en la cabeza se corresponde a lo que conocemos hoy como cifrado clásico. Y desde entonces, la tecnología ha evolucionado tanto, que lo que sabíamos en aquel período, simplemente, ya no aplica.

La ruptura proviene, fundamentalmente, del desarrollo del estándar de cifrado público (DES) y, sobre todo, de la llamada criptografía asimétrica, basada en pares de claves. El incremento de la potencia computacional ha posibilitado que ahora, un simple mensaje de WhatsApp que envías a un amigo sea cifrado con un par de claves que nunca verás y que nunca tendrás en tu poder, y que se utilizan exclusivamente para ese mensaje. Y la gracia no está en que tú no tengas acceso a esas claves, generadas automáticamente... es que la compañía tampoco lo tiene. Ni lo quiere tener.

Con total naturalidad, hemos pasado de enviarnos SMS sin cifrar, a enviarnos mensajes en WhatsApp u otras herramientas, cifrados de extremo a extremo. Las herramientas que usamos ahora no almacenan nuestros mensajes en ningún servidor y, además, carecen completamente de “llave”, “mecanismo”, “procedimiento” o “ingenio” que los pueda descifrar. Memorícenlo, por favor: sencillamente, no pueden hacerlo. En el estado actual de la tecnología, no solo no se puede, sino que además es imposible.

Las leyes que se refieran a la interrupción del secreto de las comunicaciones, por tanto, deben ser actualizadas, porque en muchos casos, corresponden a otra era tecnológica. Nos puede parecer de sentido común intervenir, con el control judicial adecuado, las comunicaciones de presuntos implicados en delitos graves, pero ahora, sencillamente, es muy posible que la tecnología lo haya convertido en imposible, que esas comunicaciones sean, nos pongamos como nos pongamos, completamente inviolables. Dejémonos por tanto de peticiones imposibles y sanciones absurdas: el secreto en las comunicaciones es una realidad. La ley necesita adaptarse, y nuestras estructuras mentales, también. Asimilémoslo ya.