Viajes

Malta se deja conquistar (por fin)

Pocos destinos ofrecen tanto en tan poco espacio. Historias de caballeros, aguas cristalinas y reminiscencias British en unos de los enclaves menos trillados del Mediterráneo. 

12 agosto, 2016 20:35

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Siempre que se habla de Malta alguien recuerda aquel 12 a 1 de la Selección. Y eso que ha pasado tanto tiempo –33 años– que millones de españoles ni siquiera lo vivieron. Pero da igual, de tanto en tanto se recuerda aquel chaparrón que los malteses nunca llegaron a creerse. “¿Por qué creéis que la casa de Bonello se llama Villa Sevilla?”, pregunta retóricamente Stephen, guía maltés, recordando que fue en la ciudad andaluza donde se obró el milagro. Bonello era, claro, el portero de Malta.

Si para algo sirvió aquel partido fue para que aprendiéramos a poner en el mapa – justo debajo de Sicilia– a este archipiélago. Aún así, hasta hace poco, Malta seguía siendo el país que perdió por goleada. Pero los vuelos directos –y los cursos de inglés, más baratos y soleados que los del Reino Unido–, han provocado el acercamiento. No de grandes masas aún, pero suficientemente importante para que las carreteras comiencen a quedarse pequeñas.

¿Qué tipo de destino es Malta? De entrada, es un lugar muy abarcable. De las tres islas que lo forman, la mayor, Malta, solo ocupa 246 kilómetros cuadrados. Por tanto, una semana da para explorarla con tranquilidad, pero incluso en un fin de semana largo se puede ver lo más relevante. Estos son los motivos por los que este viejo fortín, antaño inexpugnable, es conquistado hoy por miles de turistas:

Matrícula de honor en historia. Para cualquier turista con inquietudes más allá del ‘sol y playa’, la historia es, sin duda, el mejor tanto de Malta. En Malta encontramos construcciones del neolítico, huellas fenicias, griegas y romanas, vestigios normandos, catacumbas medievales, e infinidad de muestras de las épocas que más marcaron el devenir de Malta: la árabe, breve pero intensa, y, sobre todo, la de los Caballeros de la Orden de San Juan, que rigieron Malta entre 1530 y 1798, tras haberles sido cedida la isla por el monarca español Carlos I.

Mdina, la ciudad fortaleza. Ser un enclave estratégico en medio del Mediterráneo tiene sus riesgos. Por eso todas las civilizaciones que han pasado por Malta han construido sus poblaciones con un ojo mirando al mar. Es el caso de Mdina, la ciudad fortificada de la que ya hablaban fenicios y romanos, y en la que, según la tradición, vivió el Apóstol San Pablo tras naufragar en la isla. Situada en el centro de la isla de Malta, Mdina vivió una época dorada durante la dominación del califato fatimí, culpable de buena parte de su fisonomía actual. Más tarde, los Caballeros de la Orden de San Juan prefirieron instalarse en Birgu por su cercanía al mar, perdiendo Mdina su protagonismo. Hoy es un pintoresco y tranquilo conglomerado de callejuelas medievales por las que merece la pena perderse.

Birgu, el sitio. Aquí vivieron los cruzados de las ocho naciones que la formaban (Provenza, Auvernia, Francia, Italia, Alemania, Aragón, Castilla e Inglaterra) hasta el Sitio de Malta, en 1565, cuando los turcos asediaron la isla. Aunque hubo numerosas bajas en ambos frentes, los turcos no pudieron hincarle el diente a Malta. Entre otras cosas por la robustez de sus tres fuertes (San Ángelo, San Miguel y San Elmo). El caso es que la Orden, liderada por el Gran Maestre Jean Parisot de La Valette, resistió. Y meses más tarde el mandatario puso, en una pequeña península vecina, la primera piedra de la que sería nueva capital de la isla. Una ciudad diseñada para resistir, que adoptaría el nombre del Gran Maestre que la impulsó: La Valette. Eso sí, el señorío de los palacios de la ciudad de Birgu –también llamada Vittoriosa– quedaría intacto para siempre, para fortuna de los que la visitan hoy. Un paseo que puede ampliarse a las villas de Sanglea y Cospicua.

La Valeta, una ciudad con vistas. Pese a ser la capital más pequeña de la UE, con unos 7.000 habitantes, La Valeta tiene motivos para un día relajado de turismo. Sus calles forman una cuadrícula casi perfecta en cuyo centro, atravesando de norte a sur la península, se encuentra la Republic Street, principal arteria comercial y que acoge varios de los edificios históricos más destacados. Es de visita imprescindible la Concatedral de San Juan, con la extraordinaria decoración de Mattia Pretti y La decapitación de San Juan Bautista, obra maestra de Caravaggio, como grandes atractivos. También merece la pena el Palacio del Gran Maestre, antigua sede del gobierno de la Orden de Malta –hoy del Presidente de la República–, donde pueden visitarse sus nobles salones o su interesante Armería. Por último, la Sagrada Enfermería de la Orden, que fue el centro sanitario más avanzado de toda Europa durante siglos, es hoy un centro de convenciones, aunque algunas estancias aún nos recuerdan cómo se atendía a miles de enfermos de llegados de muchos países.

Más islas, más rincones. Si se dispone de unos días se recomienda tomar un ferry hasta Comino y Gozo, las otras dos islas habitadas del archipiélago. En el caso de Comino es casi un decir, porque solo vive en ella de forma permanente una familia de campesinos, aunque en verano hay un hotel frente a la llamada Laguna Azul, un idílico enclave de aguas cristalinas. En Gozo hay más que ver, desde pueblecitos pesqueros con encanto (Marsalforn y Xlendi), a Victoria, la población principal, donde es parada imprescindible La Ciudadela, una ciudad fortificada que recuerda las amenazas de días pasados –en 1551 los otomanos invadieron Gozo y capturaron a todos sus habitantes, que fueron vendidos como esclavos–.

Playas y fondos. Calificar a Malta como un destino de ‘sol y playa’ es hacerle poca justicia, pero eso no quiere decir que no tenga rincones más que recomendables para darse un buen chapuzón. Tomen nota de estas playas de arena: En la isla de Malta, Golden Bay, Gnejna y Mellieha, las tres al noroeste. En Gozo, Ramla y San Blas. Y en Comino la mencionada Laguna Azul. Por otra parte, Malta es un referencia mundial para la práctica del buceo. En sus fondos hay decenas de pecios hundidos durante la Segunda Guerra Mundial, así como una rica biodiversidad (pulpos, barracudas, rayas, etc). Destaca la gran visibilidad de sus aguas (30 metros) y la profusión de escuelas para todos los niveles.

El rollo British. Cuando Napoleón llegó a tierras maltesas en 1798 no fue bien recibido por la población, que tras solo dos años de tira y afloja pidió socorro a los ingleses. Estos llegaron, echaron a los franceses y se quedaron… hasta 1964. Aunque han pasado más de 50 años desde la independencia maltesa, aún quedan detalles reveladores de 164 años de dominación. Entre los más celebradas por los turistas, las cabinas de teléfono rojas. Y cómo no, el idioma, que abre Malta al mundo –el maltés no es fácil de entender–. La conducción por la izquierda, el gusto por el té o las pintas de cerveza –aquí si están bien frías– también perduraron.

La gastronomía, otro punto. Que el plato por excelencia sea el guiso de conejo puede provocar recelo. Suena algo rudimentario, pero está buenísimo. En Malta encontramos una sabrosa mezcla de influencias, entre las que predominan la italiana y la árabe. En general, las pasta rellenas y las pizzas no tienen mucho que envidiar a las de su vecino del norte. Además, la variedad y el sabor de las verduras, unido a una producción cada vez mayor –y mejor– de aceite de oliva, forman la base de deliciosos platos, a los que se les añade carnes, quesos, etc. Aperitivos como el pastizzi (pastelito de hojaldre con ricotta o de pasta de guisantes) o la bigilla (una versión del hummus a base de habas) pueden ser la antesala de un buen plato de pasta, el famoso conejo o una lampuki (llampuga). En los postres pasa igual. Es fácil catar un tiramisú estupendo, un helado artesanal espectacular o suculentas versiones de la dulce repostería árabe. Mención especial merecen los vinos, con producciones muy pequeñas pero cada vez más resputados.

Guía práctica

Comer. Caviar and Bull, en el Hotel Corinthia (Bahía de San Jorge, cerca de Paceville), conducido por la pareja de catalanes Laura Ferrer (jefa de sala) y Sergi Huerga (chef), ex de El Bulli, eleva el nivel de la isla. Destacamos el salmón ahumado marinado, las croquetas de setas salvajes, las carrilleras de cerdo o la corvina a la sal. También nos sorprendió Diar Il-Bniet, en Dingli, más modesto pero con una cocina basada en productos naturales de cercanía, bien tratados en los fogones. Para una cena típicamente maltesa, bailes regionales incluidos, hay que ir al popular Ta‘ Marija, en Mosta.

Salir. La zona de Paceville, cerca de algunos de los mejores hoteles de la isla, en la costa este de la isla de Malta, aglutina buena parte de la marcha maltesa. En torno a la playa de San Jorge se concentra gran cantidad de bares, restaurantes, puestos callejeros, discotecas, tiendas, etc.

Dormir. Corinthia Hotel es un hotel resort de cinco estrellas situado en St George’s Bay, a un paso de Paceville y a unos diez minutos del centro de La Valeta. Habitaciones espaciosas y cómodas, con vistas al mar, piscinas exteriores, centro spa con tratamientos, restaurantes, bares, etc. Desde 195 euros la hab. doble.

Llegar. Iberia Exprés opera este verano la ruta Madrid-La Valeta, con tres secuencias semanales (martes, jueves y sábados) y billetes desde 39 euros por trayecto (siempre que se compre ida y vuelta).