Oslo es una ciudad que, sorprendentemente para el viajero -especialmente para el del sur de Europa-, sabe cómo disfrutar al aire libre. Gente joven, arquitectura vanguardista, dinamismo, cultura y una naturaleza intensa y desbordante, que se funde con el tejido urbano para trazar los motivos por los cuales Oslo y los parajes naturales de la región hay que vivirlos... y respirarlos.

EL OSLO MODERNO

Situada en la cabecera del fiordo de su mismo nombre, este emplazamiento milenario vive en la actualidad una edad dorada. Su piel refleja el cambio y la modernidad, muy en consonancia con buena parte de la joven población que tiene. Y es que, si bien no cuenta con tantos habitantes como otras capitales europeas (apenas un millón y medio en su zona metropolitana), su extensión geográfica es tan inmensa y variada que le confieren un carácter excepcional en relación a otras urbes.

El edificio de la Opera y Ballet de Oslo es, desde su construcción, un emblema de la ciudad.

El edificio de la Opera y Ballet de Oslo es, desde su construcción, un emblema de la ciudad. Tobias Van Der Elst

Por un lado, porque los principales despachos de arquitectura del planeta han creado para la capital noruega edificios singulares. Ya sea en los barrios nuevos de la ciudad o en las zonas más tradicionales, la transformación constante de su perfil ofrece un paseo diferente para cada ocasión. Las construcciones se integran en el entorno y ofrecen vistas tan impactantes como la de, por ejemplo, la Opera & Ballet de la ciudad, un anguloso edificio que parece emerger del agua y que desde su inauguración, en 2008, es uno de los símbolos de Oslo.

El proyecto Barcode, visto desde el moderno puente de Akrobaten.

El proyecto Barcode, visto desde el moderno puente de Akrobaten. Alex von Gutthenbach

Pero el de este moderno palacio de la música es sólo un ejemplo de los muchos que ensalzan este destino como un paraíso del diseño más actual. Esto es muy obvio en el distrito de Bjørvika, cuyo proceso de modernización cuenta con varios emblemas. Por encima del resto, destaca el Barcode, un proyecto que planta en una manzana varios edificios con distintas alturas, pero con el denominador común de unas fachadas muy estrechas y entre las que hay una separación mínima. Desde la distancia, el efecto dibuja una suerte de código de barras (de ahí su nombre) que pasa por ser una de las fotos obligadas de este Oslo más futurista. Y más si la estampa se contempla desde otro hito: el puente peatonal de Akrobaten que, con sus más de 200 metros, conecta la estación central con este rejuvenecido distrito.

EL OSLO MÁS VIVO

Adentrándose en la ciudad, esta nueva vis arquitectónica también puede vislumbrarse a lo largo del curso del río Akerselva. En su margen, los edificios industriales de antaño han dado paso a un renacido distrito de Vulkan, en el que conviven proyectos sostenibles para todo tipo de usos: desde los centros culturales o administrativos a restaurantes en los que probar la sabrosa combinación de los platos tradicionales nórdicos con los toques de la cocina más actual.

Establecimientos en una de las calles del barrio de Grünerlokka.

Establecimientos en una de las calles del barrio de Grünerlokka. Tord Baklund VISITOSLO

La gastronomía es también un buen motivo para perderse paseando por el vecino barrio de Grünerløkka. Se trata de un distrito cuya historia retrotrae a vetustas factorías y almacenes, si bien en los últimos años se ha transformado en el alma del Oslo más vital. Sus calles presentan una animada mezcla de juventud, gente haciendo compras o paseantes casuales que visitan las tiendas más originales de la ciudad, antes o después de hacer una parada en alguna de las muchas cafeterías de calidad que jalonan la zona.

EL OSLO DE MUNCH

Quién sabe si tal bullicio y vitalidad no hubieran dejado huella en el ánimo del ciudadano más ilustre de la ciudad, el pintor Eduard Munch (1863-1944). Aunque nació en la localidad de Løten (a 125 km. al norte), gran parte de su vida la pasó en la capital, que bien pudiera considerarse un personaje más en sus obras. Y es que más allá del indudable valor artístico de sus cuadros, estos vienen a ser también fotografías del Oslo que le tocó vivir, en un afán que roza lo documental y que muestra cómo eran las calles, las gentes, la naturaleza del entorno y, en general, el día a día en la Noruega de su tiempo.

Su estilo, que refleja la angustia, las obsesiones y la nostalgia que oscurecieron su alma desde que era joven, dejó para la posterioridad un catálogo que, en gran medida, puede contemplarse en las salas de su propio museo, situado en el barrio de Tøyen. Allí se pueden ver, entre muchas otras pinturas, dos de las cuatro versiones de su obra cumbre, El grito; una tercera también está en Oslo, en la Galería Nacional (la cuarta pertenece a una colección particular).

En esta icónica imagen, Munch quiso captar la visión de "sangre y lenguas de fuego que acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad", una visión que le hizo "temblar de ansiedad" y, por ello,

sentir un grito infinito que atravesaba la naturaleza

Tal alusión a lo natural no es aleatoria. Una figura tan atormentada como la suya halló en el aislamiento de los parajes próximos a Oslo un escenario plagado de elementos que adquieren un significado simbólico en sus obras y que retrotraen a una suerte de poder que emana desde el mismo terreno.

EL OSLO NATURAL

Pero tranquilos: no hay que alcanzar el grado de misticismo que propone el pintor. Sólo hay que dejarse llevar y contemplar el espectáculo. La mirada hacia el accidentado fiordo es un regalo para la vista pero también un mapa de las posibilidades que ofrece el entorno. Por ejemplo, atendiendo a la infinidad de pequeñas islas que salpican el mismo, navegar, bucear, la pesca o hasta pasar un día de relax en alguna de sus playas son planes al alcance de la mano. 

Otoño en uno de los numerosos parques de la ciudad.

Otoño en uno de los numerosos parques de la ciudad. Eirik Solheim

Escoltando la ciudad y siempre vigilantes sobre la manga marina, estos montes de verde esmeralda se erigen como guardianes de la antiguamente llamada Cristianía. El propio Munch tomó prestado el punto de vista que ofrecían estos lugares para retratar la ciudad. Hoy en día, cualquier visitante puede añadir a esa parte más contemplativa la opción de hacer deporte e incluso de una refrescante e inesperada visita cultural.

La vida al aire libre se disfruta al máximo en cualquiera de los parques de la región, donde se puede pasear entre esculturas, ir de picnic, jugar bajo el cielo o montar en bicicleta. El Parque Vigeland es un paseo obligado para los amantes de la escultura y... de la fotografía: las 200 figuras de Gustav Vigeland (1869-1943) son hipnóticas, con matices inesperados según la época del año. Aunque eso sí, la figura del Niño Enfadado, la más famosa, no cambia: no se le pasa el sofoco, haga el tiempo que haga.

El Parque Vigeland ofrece lo mejor de la naturaleza urbana de Oslo con un museo al aire libre.

El Parque Vigeland ofrece lo mejor de la naturaleza urbana de Oslo con un museo al aire libre. Nelson Minar

También se puede pasear entre bellas esculturas en el Parque Ekeberg. Cuentan los libros de Historia y de Arte que fue este entorno natural, una colina rodeada de bosques y con vistas espectaculares del fiordo, lo que inspiró El Grito de Munch. La Venus de Milo aux Tiroirs, de Dalí, y la Venus Victrix, de Pierre-Auguste Renoir, dan la bienvenida al visitante que se adentra en Ekeberg para pasear entre decenas de esculturas de diferentes artistas.

Para el viajero que prefiere la conexión con la naturaleza sin ninguna vinculación estética o cultural, tanto la ciudad como la región ofrecen un sinfín de posibilidades: el Parque Sofienberg, en Grünerløkka, es muy popular entre las generaciones más jóvenes, con mesas de ping-pong y zonas de juego para los más pequeños; El Parque Frogner, el más grande del centro de la ciudad, posee 14.000 plantas de 150 especies diferentes, con la mayor colección de rosas de Noruega; el Jardín Botánico, también en el centro, y St. Hanshaugen, al norte, amplían el abanico de posibilidades para disfrutar de la riqueza natural de la región.

Aventura y emoción garantizados en el Oslo Summerpark.

Aventura y emoción garantizados en el Oslo Summerpark. Stene Larsen

El buen tiempo también animará a los más aventureros a atreverse con la escalada, las tirolinas o el descenso en bici de montaña. Son actividades obvias en el Oslo Summerpark o Parque de Verano, con más de 150 elementos aéreos entre árboles, repartidos en 9 rutas de distinto nivel de dificultad para que el público de todas las edades, incluidos los más pequeños (a partir de 110 cm. de altura), puedan disfrutar de la experiencia (eso sí, tras una preparación inicial y con arneses y cascos que garantizan la seguridad).

Este parque es el gran aglutinador de la vida de los ciudadanos de la capital durante los meses más cálidos del año y en el que, además de quemar calorías, también es posible reponer fuerzas: las barbacoas son otro tipo de deporte típico en el lugar.


OSLO Y SU ENTORNO

Llegar a Oslo es ahora más fácil y cómodo que nunca gracias a las excelentes conexiones con España. Dentro de los más de 100 destinos internacionales que ofrece la aerolínea Norwegian, existe la posibilidad de alcanzar la capital noruega desde Madrid y Barcelona a un precio económico y sin perder tiempo en aeropuertos alternativos y alejados de los núcleos urbanos. Es una excelente noticia, porque con sus aviones nuevos y WiFi gratis a bordo, uno puede salir del aeropuerto ya con el plan hecho.

Y a todo lo expuesto se añade el plan de tomar la ciudad como base de operaciones para pequeñas escapadas que permitan conocer el entorno. La más destacada es Akershus, una provincia adyacente a la de la capital que depende administrativamente de esta, pero que ofrece algunos lugares interesantes y que hablan de la importancia histórica del enclave.

Curiosamente, la visita a esos territorios se inicia en el centro de la capital, donde está la Fortaleza de Akershus. Concebida como elemento defensivo en el siglo XIII, a lo largo de la Historia ha ido tornando su papel militar con el de cárcel, sede administrativa o lugar de recepciones reales, en paralelo a los continuos cambios que ha sufrido su estructura. Pero lo que no cambia es su preponderancia como centro neurálgico de la Historia del reino y en torno al que fue creciendo la actual Oslo, en cuyos límites quedó integrado.

Fortaleza de Akershus.

Fortaleza de Akershus. Alex von Gutthenbach

Pero la provincia, por mucho que haya quedado separada de su emblema, también cuenta con motivos para explorar la historia del país. Por ejemplo, en la Villa Eidsvoll, donde se firmó la Constitución de 1814; o Drøbak, con la monumental fortaleza de Oscarsborg presidiendo la pintoresca ciudad y sus espectaculares atardeceres.

NATURALEZA E HISTORIA, DENOMINADOR COMÚN 

No a mucha distancia se encuentra Lillehammer. Puede que los más aficionados al deporte relacionen esta ciudad con los Juegos Olímpicos de invierno que acogió en 1994. Sin embargo, aquel hito no debe esconder una oferta que va más allá de ese ámbito. Y es que, además de la oportunidad de practicar esquí alpino o de fondo en los escenarios bendecidos por la más alta competición, la ciudad cuenta con algunos de los museos más interesantes de Noruega. El Maigaugen, el más grande del país al aire libre, es un testimonio vivo sobre la cultura e historia locales; el Museo de Arte también es notable y su colección de los siglos XIX y XX merece una visita pausada.

Museo de Arte de Lillehammer.

Museo de Arte de Lillehammer. Ian Brodie

Otra de las excursiones que merecen la pena nos dirige a Hedmark. Ya el viaje es un regalo para los sentidos. La tranquila zona en la que está situada esta pequeña ciudad es un ejemplo de la caprichosa orografía noruega, con montes y llanuras tapizadas de verde, frondosos bosques y lagos completando el paisaje. Tal quietud marca el ritmo de una región más enfocada a la agricultura que, no obstante, guarda alguna que otra sorpresa. Su principal reclamo es el Museo. Dentro de un moderno edificio se encuentran las ruinas de la antigua catedral como vestigio de un contenido que evoca el pasado medieval de la urbe. La historia, la arqueología y la ciencia se unen para ofrecer una inmersiva experiencia a tiempos remotos.

Vapor en uno de los lagos próximos a Oslo.

Vapor en uno de los lagos próximos a Oslo. Ian Brodie

La región de Østfold, al este del fiordo de Oslo, es muy distinta a la anterior. Su carácter industrial y la proximidad con la vecina Suecia han cincelado la personalidad de una provincia que tiene algunas de las manifestaciones más tempranas de presencia humana en lo que hoy es Noruega. Actualmente pueden verse petroglifos de aquellas épocas o vestigios más recientes, como la ciudadela fortificada medieval y su foso en forma de estrella.

UN FIORDO, DOS PERSONALIDADES

Vestfold, que contempla a la anterior desde la margen oeste del fiordo, ha enfocado su actividad hacia el mar. La presencia de astilleros y puertos comerciales en sus pequeñas localidades hablan de una historia de ricos intercambios con el resto del continente. Aunque la provincia cuenta con infinidad de granjas y casas de verano -entre ellas, la que ocupó Munch en su tiempo-, practicar senderismo en la zona costera es obligatorio. La accidentada línea de tierra ofrece recovecos inolvidables y una imagen, la del 'Fin del Mundo', difícil de olvidar.

Naturaleza salvaje y espectacular en Dalseter.

Naturaleza salvaje y espectacular en Dalseter. Ian Brodie

La naturaleza y la historia suelen ser denominador común en los destinos más próximos a Oslo. Hadeland, al norte de la capital, es uno de los mejores ejemplos. Lo que antiguamente fue capital de un reino es hoy una localidad que aglutina buena parte de la producción agrícola noruega, aunque un paseo por las calles de la modesta ciudad bien pudiera constituir una lección de historia en sí mismo. Destacan sus pequeñas iglesias medievales, que coincidieron con la adopción del cristianismo en la zona. Además, en Hadeland sigue funcionando la fábrica de cristal que, con 250 años de actividad a sus espaldas, sigue a pleno rendimiento.

Los trolls son unos de los personajes mitológicos más presentes en la cultura local.

Los trolls son unos de los personajes mitológicos más presentes en la cultura local. Ian Brodie

Un poco más al norte, otros dos puntos merecen la atención del viajero. Por un lado Gjøvik, que también se especializó en su tiempo en la fabricación de vidrio. Pero, hoy por hoy, sus mayores atractivos vienen dados por su proximidad al lago Mjøsa, el más grande de los miles que hay en Noruega; por otra parte, Ringerike, un paraíso para los amantes de la pesca y las actividades acuáticas que ofrece también exhibiciones de los maestros cristaleros de Hadeland y acoge el Kistefos Museum, uno de los parques de escultura más grandes de Europa. Donde habitan los trolls...

'Oslo: el sol también brilla al norte de Europa' es un contenido patrocinado por Turismo de Noruega.