Tengo el corazón “partío”. La albufera del Mar Menor, para Naciones Unidas el humedal RAMSAR 706, está malita. Muy malita. Y no podemos dejar pasar ni un día más sin poner remedio. No politicemos las responsabilidades. Asumamos las responsabilidades.

El próximo 6 de mayo hay convocada una manifestación por las calles de Murcia para defender el futuro del Mar Menor. Haré por ir. Hagan por ir. Esta es mi defensa sentimental del Mar Menor en el que está depositada la memoria de mi infancia y en la que me gustaría que se bañasen mis hijos y también mis nietos.

Hace 18 años que se dieron las primeras voces de alarma. La laguna siempre tuvo un equilibrio medioambiental muy frágil. En 1973 el empresario madrileño Tomás Maestre drenó el Canal del Estacio para construir el puerto deportivo que hoy lleva su nombre. La entrada de agua del Mediterráneo, aunque pudiera parecer la gran solución a los problemas de estancamiento de la laguna, es sólo el camino más fácil, porque el Mayor inundaría al Menor aún más con su salinidad. Hoy en día los niveles de sodio y de la temperatura de las aguas del Menor, con sus perdidas constantes de profundidad por el arrastre de sedimentos, son superiores a las del Mayor. Pero parece que la degradación es vertiginosa con la explosión de cultivos intensivos.

Cuando era niño en las riberas de la laguna sólo había melonares. Mi abuela Encarna, nacida en Los Belones –hoy un pueblo próspero a la sombra del campo de golf- tenía uno arrendado. Hoy sólo se ve un mar de plástico -se calcula que existen 22.000 hectáreas más de regadíos de las oficialmente censadas-, al que se acusa de llenar de nitratos las aguas por el regadío intensivo.

Pero no todo es responsabilidad de los agricultores. No conviene olvidar los vertidos de los pueblos de la costa (San Pedro del Pinatar, Lo Pagán, San Javier, Los Alcázares, El Carmoli, Los Urrutias, Los Nietos, Islas Menores, Mar de Cristal, Playa Paraíso y la antiestética Manga) que disfrutan del boom del turismo pero retuercen la vida de la laguna litoral, contaminada también por los hidrocarburos de las embarcaciones.

Y luego están las medusas. Cuando alguien habla del Mar Menor ya no habla de sus bondades sino de la plaga de medusas que lo inundan todo. La hija de puta se llama Cotylorhiza tuberculata (también aguacuajada o medusa huevo frito) y no suele ser urticante, pero te aseguro que al verla prefieres remojarte en un balde que meter allí los deditos de los pies. No sé si es por la proliferación de medusas, pero ya hay pocos langostinos del Mar Menor, tan preciados, tan caros, tan ricos. Y los caballitos de mar que mi padre secaba para mí al sol de agosto en el poyete de nuestra casa de Los Nietos sólo aparecen en Google Images. Pero la medusa no es la única amenaza, porque el cangrejo azul atlántico y alguna babosa indeseable ya dicen que nadan por aquí.

Imagen aérea del Mar Menor en 1936.

Imagen aérea del Mar Menor en 1936.

La raya azul. El territorio sentimental de mi infancia transcurrió entre triciclos en la ribera del viejo pueblo de pescadores de Los Nietos, donde el marino Leandro y sus compradres de pesquera vivían de las capturas que cada mañana subastaban en la lonja de La Pescadería. El alioli de La Pescadería, gestionado por Juan Andreu Hernández, comercializado a nivel nacional, se ha convertido en la gran aportación de Los Nietos al mundo. ¿Aún no lo han probado con unas roscas del Tío Papilio? Amigo lector, no se relaje que la vida son dos días.

Nadar hasta las boyas que delimitaban La raya azul, la raya visual que separaba los dos colores, el verde cristalino y el azul turbio de la laguna, porque a partir de ahí la poseidonia ya vestía el Menor de cobalto. Alcanzar a nado la raya azul y no hacer pie era ser mayor. Y ser mayor fue lo que siempre quisimos y siempre querrán los que son chicos.

Cómo olvidar en el imaginario la Isla del Barón y su torreón, una de las cinco islas que vigilan la albufera (la del Ciervo, la Rondella, la Perdiguera y la del Sujeto), dicen que aún propiedad de la familia de Natalia Figueroa, inalcanzable, a no ser que te llevara a navegar el Santa Inés de Don Aurelio Ayala. Hoy si tienes un poco de calado (mas de 2,5 m) no debes aventurarte a regatear la isla por su lado sur o te aseguro que sabrás lo que es la humillación de encallar.

La degradación del Menor pondrá bien triste al Mayor y perderemos las regatas de optimist, los baños de barro, los mújoles de la empalizada, los calderos en verano, las cucañas de Cabo de Palos durante las fiestas de la Virgen y lo que es pero mucho peor, nos desconectará aun más de esos políticos en los que un día creímos y hoy querríamos tirar a un chapuzón con forma de escarmiento en medio de esa plaga de medusas que tanta tristeza nos da. Hagamos algo.