La respuesta, debe saberlo el lector, es parcial, no tiene nada de objetiva y está totalmente deformada porque el que escribe es el socio numero diez del Club y porque una regla no escrita, pactada entre nosotros, nos empuja a la privacidad más que a la publicidad. Dicho lo cual, trataré de explicar qué hace a mi juicio del Club Matador un lugar tan especial, al que si tiene usted ocasión de que le inviten, debería aceptar ir sin dilación. Y espero que los socios no pidan mi cabeza en próximas reuniones por haber desvelado algo que un periodista asociado nunca debería contar.

El Club Matador tiene su sede en la calle más de moda en Europa. No exagero, no. Tire usted de página web y pinche en Google Maps. “La calle Jorge Juan es la mejor calle de Europa en este momento”, dicho esta misma semana por la milanesa Paola Magis, Directora de Comunicación de Fay en el evento en el que la revista Forbes presentó su colección de hombre y mujer el pasado jueves. Nada que ver con Sloan Street en Londres o el Borne en Barcelona o Via de la Spiga en Milán. Jorge Juan, con sus dos pequeños callejones (la diseñadora Carmen March tiene algunos de sus chalets en propiedad, y el humanista Juan Gatti su estudio de diseño) es mucho más que la calle de la moda masculina. La oferta gastronómica más trendy de la ciudad, liderada por Sandro Silva y sus Amazónico, Quintín y El Paraguas, está allí.

Jorge Juan cuenta ya con un turismo propio, internacional, que visita la calle para comprar, comer y dejarse ver. Jorge Juan es el vaso comunicante entre el Serrano comercial y señorial y el Velázquez aristocrático que aún huele a Parque de El Retiro.
El Club Matador está en el número 5 de Jorge Juan, en el primer piso, alojado en un edificio que pertenece una familia que, entre otras propiedades defiende las Bodegas Remírez de Ganuza, sobre lo que antaño fue el famosísimo Thai Gardens y hoy es la tienda de Aspesi. Uno de los patios de jardines más impresionantes del Barrio De Salamanca lo arropan en su fachada interior.

El Club nació sobre el impulso de una revista. Una revista, sobre todo las que están bien hechas, tienen poderes sobrenaturales, y de eso sé un poco. Un revista que este viva, refulge, desprende chispitas y brilla en la oscuridad como una luciérnaga en la sierra de Guadarrama. Una revista, y Matador es una de las revistas mejor editadas de España, es el pretexto perfecto para fundar un club. ¿Hay otras maneras? Si, cualquiera puede intentarlo, pero la revista Matador le ha proporcionado al Club el pedigrí, la autoridad y la misión para nacer con buena estrella. Y al mismo tiempo lo ha dejado libre para crecer sin ataduras.

Al igual que una revista es un foro donde una comunidad de intereses vierten su curiosidad, el Club Matador es: “Un proyecto inspirado e impulsado por sus socios, personas con inquietudes y con ganas de formar parte de un proyecto único, diferente. El Club se pone en marcha siguiendo el espíritu de la revista Matador y aspira a convertirse en un lugar de encuentro donde profesionales de distintas edades, procedencias, formación y culturas disfruten de un espacio extraordinario.

Matador presume ya de (al menos) mil socios. Y que me perdonen los recién llegados sí ya se ha superado esta cifra al publicar este artículo. Bienvenidos amigos. Yo me hice socio una mañana, a la hora del aperitivo, cuando Alberto Anaut, editor y director de Matador al que tengo por amigo, me cito para enredarme en un proyecto misterioso. Al enseñarme el piso de 900 metros, tal y como lo había dejado al fallecer, la mujer que vivía en la casa, Alberto me hizo cómplice. “Tenemos que reunir a cien personas y entre todos conseguir el capital necesario para arrancar un club moderno, a lo inglés, pero divertido, en el que pasen cosas, en el que queramos estar”.

Ya le he dicho a Alberto que dude y mucho de que consiguiéramos los cien (podría decir lo contrarío ahora, pero entonces en España caían chuzos de punta), pero el sabe que acepté en menos de dos horas y me puse manos a la obra. Entre todos llegamos a los cien. Ocupados el carnet 1 y el 5, me quede con el 10 que luzco con el mismo pundonor que lo hacía Diego Armando.

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El Club tiene un equipo humano mejor que el de Evasión o Victoria. Que no, que no, que tampoco exagero ahora. Para que un club esté vivo, como una revista, lo de menos es el capital y lo de más el capital humano. Sin un equipo que ilusione a los socios un club es más triste que un aeropuerto a deshoras. Con un equipo que sepa cuadrar las cuentas de la sociedad, que sepa sacar al club de su zona de confort, que no renuncie a la misión fundacional y que mantenga la hoguera de las vanidades a ralla, pero con el fuego vivo, un club es el mejor sitio del mundo.

Aquí habría que poner negritas para resaltar el mérito de Carlos Manzano como secretario general, Alberto Fesser como riguroso tesorero y los vocales Miguel Pereira, Jon Bilbao y Eduardo Rivero. Mención aparte merece Pau Andrés, al que "odio" porque su apellido y mi nombre coinciden, pero al que perdono cada vez que le veo porque su sonrisa hace que el Club Matador sea la casa de todos. Propongo para él una condecoración con forma de banda azul y letras doraditas con pan de oro que ponga “Gracias Pau, ahora mismo apago el móvil”.

Y luego están los festejos. Nunca quisimos que el Matador fuera un lugar de poder, ni tampoco la sucursal en el centro de Madrid de la Moraleja, ni tampoco la tertulia del Gijón. El Club Matador tiene en este momento una de las mejores programaciones culturales de Europa. Y eso gracias al implacable gusto de Eduardo Arroyo que ejerce como librero (que envidia la colección de libros boxeo que nos ha prestado), al enólogo Telmo Rodríguez (vicepresidente y responsable de la carta de vinos), a la imagen gráfica tan inglesa de Fernando Gutiérrez, a la gentileza de su portero, a la cineteca que defiende Giorgio Cernti y a los ciclos musicales organizados por Ramón González.

Servidor tiene el orgullo de ser el quiosquero, responsable de la prensa periódica y las revistas que en castellano o en ingles lucen en la mesa del salón. También me siento culpable de haber presionado al equipo de la revista Robb Report para que le conceda al Club el premio Best of the Best 2016 al Mejor Club privado del año.

No puedo contarles nada de nuestras fiestas de carnaval, de la exposición Madridochentas (comisariada por Moises Pérez de Albeniz) en la que he cedido dos fotografías (una de Pedro Almodovar en los camerinos del Rock Ola con Fabio McNamara de Enrique Cano y un autorretrato de Alberto García-Alix con Edi Clavo, ex batería de Gabinete Caligari, los dos presumiendo de sendos casos de medio huevo de Davida); de las nocheviejas, de las fiestas de rentreé con su edición limitada de carteles coleccionables, de las citas en el campo (con niños), de nuestra sociedad con otros clubes en Nueva York o Londres. ¡Andrés, corta, que ya te estás yendo de la lengua!

Del Club Matador se sale bien comido y mejor bebido. Lo se porque siempre que alguien no lo conoce aprovecho para llevarle a que pruebe los fogones que defiende Yolanda Olaizola y ya sea menú o carta todos nos vamos satisfechos.

Mi sitio favorito es la mesa comunitaria porque me siento aun más en casa. Los arroces de los fines de semana, las sopas, sus gin tonics en taburete de barra o en la sala de lectura, los partidos de futbol con una buena cerveza y las ostras son motivos suficientes para dejar la casa sola y pasarse por allí hoy aunque estuvieses ayer.

También tenemos defectos. Algunos no hemos conseguido solucionarlos todavía. Y no me refiero a que el lector digital de la puerta a veces no conozca mi huella dactilar, no. Pienso en otros que nunca le he dicho a Alberto hasta ahora y espero que no tome como una deslealtad que lo haga a través de esta columna sin haberle llamado a capilla antes. Pero se me ocurre que aún seríamos más felices si Victor Erice volviera a rodar y situara alguna escena en nuestros salones, si Miquel Barceló (miembro de honor junto a Carmen Iglesias) abriese estudio en uno de sus sofás, si Javier Krahe regresase para fumarse uno de sus apestosos café creme y nos cantase La Tormenta de George Brassens, o si José Tomás aceptase cedernos uno de aquellos trajes que su sangre empapó en Las Ventas la tarde del 16 de junio del 2008.

Todas estas ausencias puedo sobrellevarlas… pero la que cuando lo pienso se me llevan los demonios, y que mira que no me resisto, es el Club Matador no tenga mar, ni embarcadero. Llamaré al profesor Frank de Copenhague a ver si se le ocurre algo.