El músico israelí.

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Reportajes

El desafío de David Broza, el músico que unió Jerusalén

El cantante David Broza convenció a israelíes y palestinos para grabar un disco y un documental. Aquí habla sobre el proyecto y sobre su juventud en la España de Franco. 

16 enero, 2016 02:24

David Broza (Haifa, 1955) se ha decidido a cruzar las enormes barreras que dividen a israelíes y palestinos. Conocido como el 'Bruce Springsteen israelí', el popular cantante de folk-rock se encerró en un estudio de Jerusalén Este con colegas árabes y judíos. El resultado fue el álbum East Jerusalem/West Jerusalem.

Sus canciones son una fusión de acordes clásicos de la canción popular israelí, sonidos orientales de instrumentos árabes y una meticulosa producción estadounidense. El cantante, que actualmente reside en Nueva York, pasó los años cruciales de su juventud en la última etapa de la España franquista, donde mantuvo contacto cercano con movimientos juveniles contrarios al régimen que le "engancharon como una enfermedad".

"Quería ser parte de cualquier movida social y política, de la calle, de la gente", explica aquí Broza, que dice que la grabación en Jerusalén "simplemente fueron ocho días y ocho noches de milagro, surgidos de la música, el buen café, el vino y la amistad". Próximamente, la historia verá la luz en formato documental.

¿Por qué decidió grabar este disco con músicos palestinos?

Llevo trabajando con el estudio palestino de Sabrin desde 1999. Hasta ahora nunca había traído a mis músicos israelíes a trabajar con mis colegas en Jerusalén Este, con quienes mantengo una amistad real. El lugar me encanta: es como estar muy cerca de casa pero a la vez en otro mundo. Es algo único. Disfruto tocando, tomando café y montando juergas. Quería hacer un nuevo disco en inglés para el mercado internacional y conté con el productor Steve Earl, que hizo un magnífico trabajo de dirección.

¿A qué quería que sonaran las canciones?

Queríamos mezclar el sonido folk de mi guitarra española con toques de instrumentos árabes como el laúd y con la base roquera de mi banda en Tel Aviv.

La inmensa mayoría de los israelíes evita caminar por Jerusalén Este. En general, en los barrios árabes los palestinos sólo se encuentran con colonos judíos y militares, en un ambiente de constante tensión. ¿Por qué decidió grabar en la parte oriental de la ciudad?

Quería que fuera en Jerusalén Este pese a las enormes diferencias que nos separan de los palestinos. Yo los conozco muy bien y me siento en casa, pero para el resto iba a ser una experiencia inédita.

Los judíos se mueven sólo en el casco antiguo, que alberga lugares sagrados y simbólicos de las tres grandes religiones: la Iglesia del Santo Sepulcro, el Muro de las Lamentaciones y la Mezquita de Al-Aqsa.

Había muchos obstáculos para convencer a los músicos israelíes, para ellos suponía hacer un viaje extraterritorial pero fue un éxito. Vinieron al estudio, algunos con sus mujeres y con sus hijos. Nos quedamos en un hotel palestino cercano y contratamos chefs palestinos para los ocho días. Así logramos vivir una experiencia única y utópica.

El ambiente que se respiraba no se da en ningún otro lugar de Israel y Palestina, y cuando disfrutas de esta conexión, te engancha. Es como la heroína. El amor y la paz son narcóticos.

Usted vivió los años clave de su juventud en la España de Franco.

Viví en Madrid entre los 12 y los 19 años. Mi padre vino a España por motivos laborales. En plena adolescencia comprendí lo que suponía vivir en plena dictadura franquista. Era como un pájaro libre pero mis amigos estaban metido en movimientos antifranquistas e hicieron cosas arriesgadas.

Yo era extranjero pero me sentía cada vez más cercano. Era absurdo. Queríamos ser libres: escuchar música, hablar del comunismo y leer a Lorca, Miguel Hernández o Antonio Machado.

Dejé España en 1974 sin ser consciente de que poco después caería el franquismo. Volví a Israel a cumplir el servicio militar. Agarré mi mochila, tomé un tren a Biarritz e hice autostop por toda Europa durante unos meses hasta que regresé a Tel Aviv.

¿Hasta qué punto influyó en su carácter lo que vivió en la dictadura española?

Muchísimo. La gente vivía frustrada y deprimida. 

La pasión española me enganchó como una enfermedad: quería ser parte de cualquier movida social y política para apoyar y manifestarme por cambiar las cosas. Mis mentores fueron músicos como Pablo Guerrero, Luis Pastor o Joan Manuel Serrat, que entonces compuso sus discos sobre Antonio Machado y Miguel Hernández en los que denunciaba el horror de la Guerra Civil.

En una escena de su documental aparecen nacionalistas judíos vociferando cantos antiárabes en el “Día de Jerusalén”. Hoy la sangre vuelve a derramarse en la ciudad santa. ¿Jerusalén ha enloquecido por completo?

En Jerusalén hay muchos fanáticos que consideran la ciudad como un feudo exclusivo. Yo soy judío secular, pero respeto mucho la tradición y me encanta la cultura judía y la historia romántica de Jerusalén. Por desgracia, hoy la violencia se perpetúa. Jerusalén ha sido siempre terreno de guerras: las tribus se pelean por el control exclusivo del legado de Abraham, Jesús y Moisés.

Vivir una día a día así debe de ser asfixiante.

Como dice mi amigo palestino Isa Freis desde su tejado con vistas al Casco Antiguo, "la vida en Jerusalén es tan intensa que debemos huir de vez en cuando para relajarnos, dejar atrás la tensión y luego volver".

Ahora, mientras hablamos, las navajas están en las calles. Muchachos palestinos apuñalan a civiles y militares. Es una situación inexplicable. Quizás ni siquiera son conscientes de sus actos pero les impulsa su corazón. Es algo causado por esta guerra religiosa. Ya veremos si Jerusalén nos da unos años de paz, dignidad y respeto algún día.

¿Cómo es la relación entre usted y los músicos palestinos en estos días?

Todos estamos muy tristes pero seguimos en contacto y quedamos para tomar café. Hace unos días nos reunimos para celebrar mi cumpleaños en Tel Aviv y en Jerusalén Este, procurando mantener la calma y la normalidad. No queremos ser parte de esta atrocidad. Creo que somos un ejemplo de convivencia.

Broza en una imagen reciente.

Broza en una imagen reciente.

El movimiento BDS promueve el boicot a artistas israelíes. ¿Te parece efectiva la estrategia del boicot a la cultura israelí para mejorar el estatus de los palestinos? ¿Lo has sufrido personalmente?

No creo que haya sufrido el boicot directamente, pero puede ser que alguien no me contrate por ser israelí. La verdad es que me da igual. El boicot puede ser el arma más indigna. Cuando boicoteas a poetas, músicos o intelectuales, creas un problema porque cierras cualquier posibilidad de comunicarte con el otro bando.

La única manera de solucionar el conflicto es dejar que artistas sigan comunicándose y conociéndose mejor. Que dejen de verse como monstruos.

Mi relación con los palestinos me ha dado amistades muy intensas. Tan intensas como las que tengo con los israelíes. A fin de cuentas, todos sufren por el boicot. Por ejemplo, hice una canción fantástica con un cantante palestino que me dijo: "Ahora me atacan por todas partes en mi pueblo".

"Pues que ataquen", le dije.

A mí también me atacan. Acepto que la mayoría de mi sociedad está en contra de lo que hago. Pero yo no estoy dañando a nadie, estoy luchando por mejorar las cosas. Estoy convencido de ello. Creo que gracias a la música y el arte podremos llegar a conocernos antes de que entren los políticos a resolver el problema. Pero antes hay que preparar el ambiente y que un lado tenga mejor impresión del otro. Y esto ha de pasar a pesar de las guerras y los boicots.

Usted se mete de lleno en los barrios palestinos de Jerusalén e interactúa con normalidad con los vecinos. ¿Siente miedo en algún momento?

Puede que sea un ingenuo. Pero alguien que camina por el campo de refugiados de Shuafat con una guitarra en la espalda puede estar tranquilo. Como en todas partes, puede que aparezca algún loco pero no puedo pensar así.

Yo voy a trabajar con mis colegas palestinos, a cantar a niños de cinco a 15 años que no tienen nada que hacer y se pasan el día peleando en la calle. Mis amigos saben que cuando las cosas se complican es mejor no ir. Pero en los 18 meses que estuve en Shuafat me concentré sólo en los niños: que me conocieran sus padres, que la gente en la calle se acostumbrara a verme con mi guitarra, tomando falafel y paseando con normalidad. No es garantía de nada pero ayuda mucho.

En la sociedad palestina existe un fuerte movimiento de presión a quienes se arriesgan a darse la mano con los judíos. 

Nadie me dijo que tuviera ningún problema. Nadie. Al contrario. Los que vieron el documental quedaron fascinados y aplaudieron. Las imágenes no pretenden denunciar a nadie ni contar narrativas de uno u otro bando. Son ocho días y ocho noches de un milagro surgido de la música, el buen café, el vino y la amistad.

¿Cree que vivirá el momento en que Israel y Palestina sellen un acuerdo de paz definitivo?

Espero que mi generación lo viva, pero no estoy seguro. Al menos hago todo lo que puedo como músico. Yo tengo claros mis ideales políticos. Mi causa es intentar ayudar para que otros para que sigan este camino.

¿Hay esperanza?

Creo que hay cambios positivos en ambas sociedades. Un ejemplo: grabé un disco con la escuela Poliphony de música clásica de Nazareth, dirigida por el árabe israelí Abil Abu Ashkar, que inició un proyecto musical conjunto para niños árabes y judíos.

Empezaron con 25 estudiantes y ahora ya son casi 8.000. No existe una escuela de música clásica así ni en Barcelona. Es alucinante. Árabes y judíos tocando Schumann y Mozart.

Igual que el Jerusalem Youth Chorus, formado por niños palestinos e israelíes de Jerusalén que en su rutina ni se cruzan pero cantan juntos de maravilla. Esta gente prueba que algo está cambiando mientras seguimos matándonos. Nuestras sociedades deben ayudar a padres, niños y maestros a abrir la mente para que se concentren en la educación.

Son pasos pequeños. Todo no llegará de repente. Al final son los políticos quienes tienen la llave. Israel no tiene ni 70 años de vida y supuso una revolución en Oriente Próximo que trajo consigo muchos problemas no resueltos. Al final no debemos estar enamorados. Basta con que nos aceptemos.

¿Qué es lo que más le gusta de los israelíes?

Su vitalidad. La vida israelí no tiene comparación. La sensación de vivir y crear cada día al límite. Sus restaurantes, sus vinos, su la música, el arte o la tecnología. Los israelíes son mis hermanos, mi sangre. Y ahí incluyo a los árabes de Israel.

¿Y de los palestinos?

Lo que me encanta de ellos es su faceta opuesta. Se toman la vida con calma. Les encanta vivir pero lentamente. Por eso disfruto cuando voy a Jerusalén Este a relajarme. Esa atmósfera familiar y esa comida oriental… Se nota que son de ahí de siempre. Me recuerdan el estilo de vida de España. Disfrutan el día a día sin necesidad de crear o inventar nada. Este contraste me sienta muy bien y no tengo que cruzar el mundo para encontrarlo.