Mis amigos y compañeros suelen pedirme que les recomiende restaurantes. Conocen mis debilidades. En los últimos diez años, mi deporte favorito, casi obsesión, ha sido descubrir sitios donde comer bien. Desde tabernas de pueblo de toda la vida hasta los locales más modernos. Disfrutando igual en una buena hamburguesería que en El Celler de Can Roca. Y después de encontrar un lugar especial, el segundo mayor placer es compartirlo. Es lo que me gustaría hacer en esta columna.

¿En qué me fijo en un restaurante? Lo primero en la comida, claro. La intensidad de los sabores, la calidad de los productos. Mucho antes de que se convirtiera en el mantra (un poco cansino a veces) de la cocina contemporánea, en mi casa siempre me inculcaron que debe comerse de temporada y de lo que hay cerca. Es lo que tiene venir de familia de agricultores valencianos. Ahora estoy apurando la época de los rebollones y deseando que comience la de las alcachofas. Por supuesto también me apasionan las mezclas inesperadas de ingredientes, los platos de toda la vida reinventados, la fusión de tradiciones culinarias de diferentes partes del mundo. 

Pero lo confesaré desde el principio: además, me seduce el espectáculo. La escenografía de los locales, tradicional o hipster, minimalista o grandilocuente. La coreografía de los camareros. El ritual del servicio del vino. La ceremonia de los platos que acaban de prepararse en la mesa, delante del comensal. Los efectos especiales en la presentación de los platos. Los juegos y las trampas de las cosas que no son lo que parecen. 

En esta columna quiero hablar de todo tipo de restaurantes, entre ellos los que figuran en las listas de los mejores del mundo (sí, estoy a favor de las listas, consumidas con moderación). Y también explorar ciudades a través de sus restaurantes. Sigo buscando, y estaré encantado de recibir vuestras recomendaciones de sitios que os gusten especialmente.

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. J.S.

Me ha parecido que no hay mejor forma de empezar que con uno de mis restaurantes favoritos de Bruselas, la ciudad donde vivo: el Bar Bik (Brussels International Kitchen). Un local de barrio, sin pretensiones, pero en el que siempre se come muy bien a precios moderados. Situado al lado del teatro KVS, lo frecuenta un público variado, con mucha gente joven y estilosa. Sobre todo flamencos, pero también francófonos y la mezcla de población internacional que vive en la capital belga. La iluminación tenue del comedor, minimalista, de un verde discreto y con la cocina abierta, lo hace inmediatamente acogedor, invita a la conversación con tus acompañantes.

En una gran pizarra roja está apuntado el menú y el personal, siempre atento y agradable, te ayuda a desentrañarlo. La cocina es de fusión internacional. En mi última visita pedí de entrante una de sus especialidades, la tradicional croqueta belga de gambitas grises, parecidas a los camarones. Lo inesperado estaba en su interior, líquido: una deliciosa crema de marisco. Como plato principal, salchicha argentina a la parrilla, acompañada de patatas al horno, calabacín y puré de rúcula. De postre, dama blanca por piezas: helado de vainilla, nata montada y chocolate caliente con una fina galleta. Si tuviera que ser crítico, sólo echo de menos que cambien más a menudo el menú y que amplíen su muy limitada oferta de vinos.

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. J.S.

 

Bar Bik, Quai aux Pierres de Taille, 3. Bruselas. Visitado el 16 de octubre.